Representante de la renovación teatral de la segunda mitad del siglo XX, el austriaco Thomas Bernhard sacudió conciencias con su ironía malsana y su pesimismo de moralista hastiado, englobado dentro del movimiento conocido como la «nueva subjetividad», al que también pertenece Peter Handke. A El President, Bernhard afrontó el género de la farsa política cargándolo de humor negro y excesos propios del teatro del absurdo de Ionesco. La obra, dirigida esta vez por Carme Portaceli, es, básicamente, una serie de monólogos esperpénticos del presidente de un Estado y su esposa en un momento de crisis institucional donde un atentado dirigido contra ellos ha puesto fin a la vida de su querido perro y de un coronel. Con esta brillante excusa, a medio camino entre una dolorosa trivialidad y una profundidad existencial, el montaje retrata el cinismo de los núcleos de poder desde una visión cruelmente obsesiva y dolorosamente crítica. La ignorancia y la soledad de los poderosos, parece querer decirnos el autor, conduce la sociedad hacia la maldad, la violencia y la locura. Tanto Francesc Orella como Rosa Renom interpretan con una vehemencia genial esta pareja incapaz de ver más allá de sus obcecaciones. Hay que decir, sin embargo, que se trata de un espectáculo largo, intenso y de contenido pesado. Afortunadamente, la intensidad y el ritmo juegan bastante a favor, ayudando al espectador a sobrevivir al hundimiento ético, humano y gubernamental que este matrimonio representa y que, hoy en día, está de rabiosa actualidad.
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