La sabiduría teatral de Renom y Orella

El President

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15/11/2014

Enfrentarse a una obra de Thomas Bernhard requiere un esfuerzo por parte de todo el equipo artístico que participa en el proyecto -empezando por el director y terminando por unos preparadísimos actores- pero también requiere un esfuerzo por parte del público. Este autor austriaco, que renegaba de serlo, a menudo escribió obras que son largos monólogos punteados por las réplicas de personajes muy secundarios, meras comparsas que acompañan al personaje o personajes centrales. Su teatro es seco, denso y lleno de complejidades que, a simple vista, pueden pasar desapercibidas. Sin embargo, sus palabras no son en vano, y sus diálogos no caen en el olvido del espectador, sino que lo hipnotizan con un extraño magnetismo y unas repeticiones que, con el actor adecuado, pueden convertirse en auténticos mantras.

Al igual que ya le pasó a Lluís Homar con L’home de teatre (El hombre de teatro), dirigida por Xavier Albertí en 2005, Francesc Orella y Rosa Renom tienen aquí dos grandes oportunidades para demostrar toda la técnica y toda la sabiduría teatral aprendida durante años. El primero apura todos los recursos que han hecho de él uno de los más grandes de nuestro teatro, pero la segunda ejecuta una Presidenta que seguramente quedará en la retina de los espectadores por ser una de las performances más delirantes y mejor resueltas que hayan visto en años en el TNC. Y ligando estas grandes interpretaciones hay Carme Portacelli, en uno de sus mejores trabajos de los últimos años. Gracias a una inteligente escenografía de Paco Azorín y una iluminación tenebrosa de Maria Domènech consigue crear un clima tan denso y tan perturbador como el del texto que se presenta. Un gran montaje, al que hay que ir preparado y dispuesto…

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