El monstruo que llevamos dentro

El monstre

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El monstre → Sala Beckett
20/07/2025 - Sala Beckett

Después de las dos entregas del Tríptic de l’Epifania (El cos més bonic que mai s’haurà trobat en aquest lloc y La majordoma), Josep Maria Miró aparca de momento los monólogos plurales y nos plantea una historia –oscura, eso sí- de tres personajes que se mueven dentro de una propuesta estilísticamente similar a las anteriores: escenario oscuro, ausencia de escenografía y elementos escénicos, cierta inmovilidad de los actores, una perspectiva externa y distante sobre los hechos, etc. También seguimos encontrándonos con temas ya vistos en su obra, como por ejemplo los paisajes rurales, los pueblos pequeños, las historias con un misterio o un secreto en su interior, la muerte y el miedo… sobre todo el miedo. Y es que El monstre va precisamente de esto, de los miedos individuales y colectivos, de los monstruos que vienen de fuera o del que llevamos todos dentro…

Como en otras piezas del autor, sobre todo las últimas, El monstre se centra en la palabra, en la importancia del lenguaje y en una estructura que gira más hacia la abstracción que hacia una vertiente realista. Esto puede complicar la línea argumental, si es que realmente esta existe o importa de forma relativa al autor. Por lo tanto, nos encontramos con personajes que pueden explicar verdades o mentiras, que tienen una doble historia o que en realidad nos están explicando un sueño. ¿Qué es realidad, sueño o invención? Poco importa, siempre y cuando quede claro que algo grave ha pasado en el pueblo (o en cualquier lugar, sociedad o grupo de personas que os podáis imaginar) y todo el mundo tiene su parte de responsabilidad.

Las interpretaciones también son parte fundamental e imprescindible de la obra. Los intérpretes tienen que defender un texto y una historia desde la base, desde la indefensión más absoluta como actores, y bien es verdad que el resultado es más que óptimo. Hay que destacar, sobre todo, la ambigüedad moral y humana del personaje de Joan Negrié, y la desesperación de un Albert Prat, que tanto vemos cómodo en la comedia (Elling o Laponia) como en dramas como este o Bartleby.

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