No tendríamos que usar el adjetivo “necesario” para referirnos a una obra de teatro. En cierto modo, el mismo hecho teatral siempre es necesario, más allá de la calidad de cada espectáculo. Sin embargo, algunas veces nos encontramos piezas que apelan de una manera tan brutal a nuestra conciencia que resulta casi inevitable señalar que aquello aporta un valor a la comunidad que está por encima de lo habitual. El metge de Lampedusa es un ejemplo de este tipo de propuesta de teatro documental que impresiona, emociona y aterriza de tal manera que es imposible salir de ella indiferente. El testimonio de este médico interpretado por Xicu Masó es de una dolorosa honestidad que no puede producir ninguno otro efecto que no sea una vergüenza máxima por la tragedia que, entre todos, estamos permitiendo en las aguas de nuestro Mediterráneo. Miquel Gorriz dirige con una acertada sencillez el monólogo, dejando que las palabras traigan los sentimientos y las aterradoras imágenes de la forma más natural. Sin caer en el morbo ni el melodrama, la delicadeza del tema se nos muestra con la desnuda brutalidad de los hechos y la mirada herida de una alma noble que no se rinde a pesar de la poca confianza que le ha demostrado la humanidad. El teatro es un espejo del mundo en el que vivimos. Siempre es necesario. Pero, las veces que nos enseña aquello que más nos cuesta mirar, es cuando nos damos cuenta de su verdadera fuerza que, quiero pensar, es inmensamente transformadora.
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