No resulta fácil hacer un espectáculo ambientado en Navidad y pensado para representarse durante estas fechas que no sea abiertamente anti-navideño o que, al contrario, destile cursilería o unas almibaradas buenas intenciones. Sorprendentemente, El llarg dinar de Nadal consigue huir de estos tópicos haciendo una propuesta muy interesante que reflexiona, con delicadeza y una sutil profundidad, sobre la familia, el paso del tiempo, la pérdida y, en general, la vida misma. El espectáculo representa, con una especial habilidad para generar elipsis, 90 comidas de Navidad de una familia a lo largo de 90 años. El trabajo interpretativo de todo el reparto es tan elegante, detallista, específico y coordinado que consiguen transmitir con agilidad el peso de todo aquello que se sufre durante las diferentes décadas en aquella casa. La duración del montaje es breve pero el impacto de su calado te acompaña después de salir del teatro durante un buen rato. Y es que la potencia emocional de algunas de sus metáforas, como la muerte o el nacimiento, por ejemplo, remueve las entrañas de cualquier espectador que tenga presente sus propias ausencias. Triste pero, a la vez, repleta de belleza, la obra apuesta por una sola idea pero le saca el máximo provecho, dando pie a reflexiones y sentimientos de los que es difícil escapar.
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