Carles Alfaro dirige uno de los textos más reconocidos del dramaturgo Sanchís Sinisterra, poniendo en escena una reflexión sobre la muerte del autor, o más bien el nacimiento del lector como creador. La obra tiene un aire de thriller psicológico noir, donde los tres personajes, magistralmente interpretados por Pep Cruz, Pere Ponce y Mar Ulldemolins, se mueven en un juego de espejos que saca a relucir sus relaciones de dependencia, chantaje y manipulación.
La puesta en escena remarca el halo de misterio, con una iluminación llena de sombras y oscuridades, proyecciones abstractas, espejos rotos en el suelo y unos sofás negros tan rígidos como los personajes que los utilizan.
Pero por encima de todo, esta obra es una oda a la intertextualidad. Si todas las obras están contaminadas por otras desde el primer momento, ¿dónde comienza la idea de plagio? En escena el personaje de Ponce lee fragmentos de Flaubert, Conrad, Schnitzler o Rulfo, tratando de hacerlo de la forma más neutra posible por encargo de su jefe. “Necesito una máquina que convierta el texto escrito en hablado”, pero esta traslación totalmente aséptica parece imposible, he aquí la idea del lector como creador.
Esta es, en definitiva, una obra metatextual que prioriza su carácter intelectual por encima del emocional, ofreciendo una dramaturgia quirúrgica y precisa y que pone en escena la imposibilidad de la neutralidad en la lectura y nos invita, como espectadores de teatro, a depender menos de la visión del autor para convertirnos en espectadores activos.