Después de adaptar a Wittenbols, Chéjov, Maeterlinck y Von Kleist, ahora le toca el turno a Dostoievski. La compañía La Ignífuga no ha tenido nunca miedo de los grandes textos, de la complejidad literaria y dramatúrgica, y menos de los gustos del gran público. A pesar de ser un grupo muy joven (la compañía se crea en el 2014) siempre ha ido a contracorriente, buscando la modernidad y, sobre todo, intentando que el público viviera en sus espectáculos un viaje emocional y no sólo intelectual. Lo han conseguido en varias ocasiones, pero en El jugador me parece que la idea se come algunas de estas intenciones. Es cierto que la versión de la novela es muy libre, y también se tiene que reconocer que el verdadero objetivo era hablar de una Europa que se hunde económicamente, pero lo que nos encontramos delante como espectadores es un montaje irregular, a ratos pesado, que abusa de recursos «modernos» pero ya muy utilizados y que se pierde entre reflexiones que van desgranándose entre el argumento de una de las más grandes novelas rusas, e incluso europeas, de todos los tiempos. Uno de los principales problemas es que no he acabado de creerme la situación ni algunos de los personajes, con la excepción de la veterana Saskia Giró, que aporta verdad y diversión a la propuesta. Pero de todas formas, no sería justo acabar el comentario sin valorar el esfuerzo de una compañía que busca nuevos caminos y que se adentra en textos hasta ahora inéditos en el mundo teatral.
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