A medio camino entre la comedia francesa más ortodoxa y las tramas de líos influencia de los autores italianos del siglo XVI, el teatro de Pierre de Marivaux se hizo muy popular gracias a sus piezas de trapicheos amorosos y crítica social y moral. El juego del amor y del azar (1730) es, junto con La doble inconstancia, su obra más conocida a pesar de que, como dramaturgo, su figura ha quedado desdibujada en el tiempo detrás de la de su compatriota Molière. El espectáculo está dirigido con elegancia y muy buen gusto por Josep Maria Flotats que vuelve al Teatro Nacional de Cataluña 17 años después de su polémica destitución. La propuesta es muy respetuosa con el espíritu de la época en que se escribió y ha optado por una puesta en escena preciosista que, en algunos momentos, parece la imagen en movimiento de un cuadro de estilo rococó. Sin embargo, la ligereza de su argumento funciona como objeto de estudio pero, a pesar de tener un ritmo correcto, para el espectador actual, probablemente, acabe por hacerse larga, previsible y reiterativa. Cómo acostumbra a pasar en estos tipos de espectáculos, los personajes de los criados (interpretados aquí por los muy divertidos Rubèn de Eguia y Mar Ulldemolins) son los más agradecidos, a pesar de que casi todos los actores hacen un buen trabajo. En resumen, el juego de intercambio de identidades, la exploración de los sentimientos humanos y la ácida mirada a la frivolidad de la burguesía son los elementos más destacables de todo el conjunto; en cierto modo, ligereza a parte, los rasgos que son -y continuarán siendo siempre- universales.
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