Hay una leyenda urbana según la cual, cuando se habla de filosofía en una emisora de televisión, los espectadores huyen a mirar otros canales. Probablemente falsa e interesada, esta teoría aprovecha un triste concepto colectivo de nuestro imaginario que asocia filosofía y aburrimiento. El filósofo declara parece intentar luchar contra estos prejuicios apostando por el humor de un texto que, en realidad, es más ingenioso que desternillante. Sin embargo, el espectáculo está dirigido como un vodevil pasado de rosca y excesivo que, en realidad, no es, provocando una extraña sensación en el espectador. Afortunadamente, obviando estas estridencias tonales, el texto está repleto de frases ocurrentes, respuestas graciosas y salidas sorprendentes del protagonista (un temperamental Mario Gas) que hacen que, en conjunto, sea bastante disfrutable. Por otro lado, las palabrotas y el sexo empujan el montaje hacia una vertiente más grosera, mientras que las referencias metafísicas buscan terrenos más profundos, a pesar de que, básicamente, no pasan de la parodia. Entretenida, original y simpática, es una lástima que las partes más dramáticas no consigan verosimilitud ni emocionar porque, entonces, nos encontraríamos ante una obra muy completa. Como mínimo, han conseguido que tenga cierta gracia, que no es poca cosa teniendo en cuenta el material de partida.
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