Si hay alguien que tiene una varita mágica para crear musicales de éxitos este es Andrew Lloyd Webber, desde Jesus Christ Superstar a Cats, pasando por Evita y El Fantasma de la ópera. Todas estas producciones han tenido una gran acogida del público y han llenado teatros en sus estrenos y reposiciones a lo largo de todos estos años. Incluso, han llegado a la gran pantalla con unas adaptaciones cinematográficas, más o menos fieles y con éxitos dispares.
La histeria de este musical es bien conocida, nos explica como bajo la Ópera de París vive un enmascarado apasionado por la música y enamorado de la joven Christine, a quien ha ayudado a mejorar y perfeccionar su talento como soprano. Su sombra planea por cada función y día en el teatro, y la trama empieza cuando ella decide que su protegida tiene que hacer el paso definitivo y salir a escena. Cuando ella se reencuentra con un amor del pasado, todo cambia.
La producción de este musical tan icónico llega a Barcelona con un montaje potente y espectacular. La escenografía con un escenario de ópera giratorio ya anuncia que la espectadora podrá disfrutar de un hecho inolvidable. El diseño de luces y efectos especiales son detallados y muy bien estructurados, imbuyen al público a adentrarse en la historia hasta el fondo y crea un entorno y un mundo musical del cual todo el mundo forma parte.
La música es preciosa y mágica, es este elemento el que sobresale de todo el resto porque crea un ambiente bello y emocionante. Cada composición es interpretada de manera precisa por la orquestra que no se ve, pero que se disfruta con cada nota, cuerdas, piano, vientos y percusión. Increíble. Y a estas partituras firmadas por Richard Stilfoe se le suman las voces perfectas y conmovedoras de los actores y actrices que dan vida a cada personaje.
Manu Pilas dota al fantasma de una personalidad potente y atrayente, que emite dolor, tristeza y soledad. Su voz se tiñe de cada sentimiento y sacude al público en cada canción. Es una maravilla, sobre todo en canciones como No hay vuelta atrás (Point of no return), uno de los mejores momentos que comparte con Judith Tobella, la Christine de este pase.
Tobella también demuestra sus calidades vocales, que en la primera canción se encuentran un poco indecisas, pero que van cogiendo peso y cuerpo con el paso de la obra. Esta Christine también tiene una de las escenas más reconocidas de la producción con el Raoul de Guido Balzaretti cuando cantan Todo lo que pido de ti (All I ask of you), escena romántica por excelencia. Balzaretti muestra durante todo el libreo una capacidad vocal impresionante que cada perfectamente con una interpretación pasional y ajustada al texto y su voluntad.
El trabajo del resto de intérpretes es magnífico, y se entregan a un musical que no es nada fácil de llevar a escena con una dificultad musical muy por encima de otras producciones.
Aunque es una obra grandilocuente y espectacular, sí es verdad que hay momentos que la atención e interés del público disminuye. Alguna escena coral no acaba de quedar bien empastada vocalmente -la reunión donde todos hablan/cantan de su problema es un ejemplo- y la espectadora escucha un batiburrillo sin mucho sentido. En otras ocasiones, este mismo ejercicio queda perfecto, harmonioso al oído del público, pero no pasa siempre. De la misma manera, hay alguna escena que, seguramente por el espacio del teatro, queda deslucida, como el momento Carnaval (Masquerade), que si lo has visto con la escalinata al fondo y con vestidos espectaculares en otras versiones, aquí queda un poco pobre.
Un musical enorme y clásico que, en definitiva, hace disfrutar con una partitura deliciosa y un reparto maravilloso, que durante un rato nos hace viajar a la Ópera de París y a un escenario lleno de música i pasión.