Hay historias inverosímiles y alocadas que, aunque cueste de creerlo, son reales. Anécdotas y pequeños episodios no conocidos que en algún momento quedan registrado para que en el futuro den su fruto.
Ubicada en el Versalles del s. XVIII, esta obra narra como un collar encargado por el rey Luís de Francia, que no se llegó a adquirir por la muerte del monarca, es el punto de inflexión en la corte de Luís XVI y María Antonieta para que explote la Revolución Francesa. Un símbolo más de la corrupción y ambición de los acomodados que hace que el pueblo francés no pueda más. Quizás parece que una joya no puede dar tanto de sí… pero solo es necesario ver esta pequeña pieza teatral.
Con un ritmo frenético y atropellado, la narrativa impulsa al público a acelerarse con ella y a vivir con una intensidad cada situación cómica que se muestra. El cambio de personajes incesante y la habilidad de los dos intérpretes de hacer de una simple frase un recurso humorístico que despierta risotadas en el público, mueve toda la producción. Pero esta misma rapidez en explicar muchas cosas al mismo tiempo también produce una sensación de pérdida de la narración. Las diferentes escenas y espacios no se acaban de asentar en la retina de la espectadora y ya se está en otro escenario abordando otro punto de la historia. Se desdibuja la estructura del relato y hace que este decaiga en algunos momentos.
El binomio Marta Pérez y Arnau Puig es una delicia. Entrega, conexión y un talento descomunal para hacer comedia -cosa que es muy difícil-. Hacen suyo cada diálogo, interiorizándolo y llevándolo al escenario como el más natural de sus parlamentos.
Un montaje sencillo y muy efectivo ayuda y provoca un golpe de efecto y de proximidad con el patio de butacas, incluyendo a la espectadora en cada segmento de la narración. La música, las proyecciones audiovisuales y el vestuario son la envoltura más adecuada.
Es una comedia que juega hábilmente con el texto y la interacción con el público.