Con textos como El chico de la última fila, Himmelweg o Reikiavik, Juan Mayorga se ha ido convirtiendo a lo largo del tiempo en uno de los dramaturgos más importantes e inspiradores del estado español. Por eso, cada nueva puesta en escena de un texto suyo supone, hasta cierto punto, un acontecimiento y es, en cierto modo, una garantía de calidad. En El cartógrafo, el autor nos propone una reflexión sobre el dolor y la memoria a través del estudio de los mapas, elemento que sirve como metáfora de un tema muy trascendente. Como quien analiza las cicatrices de la propia existencia, los personajes de los diferentes espacios temporales de la obra buscan una explicación o una escapatoria de su malestar individual que queda inevitablemente conectado con las heridas colectivas. Una investigación existencial magistralmente planteada por Mayorga donde la profundidad se logra desde la sencillez. Lo que tienen en común, finalmente, todos los protagonistas es que tratan de encontrar un sentido en aquello que sienten y les rodea, y es la visión poliédrica de esta investigación el verdadero motor narrativo de la propuesta. La sobriedad de la puesta en escena ayuda también a potenciar las interpretaciones de un eficaz José Luis García-Pérez pero, sobre todo, de una espléndida Blanca Portillo que ofrece un verdadero recital de registros de voz y emociones. Quizás el hecho de que ellos dos interpreten todos los roles del montaje no acaba de jugar a favor del resultado final. A pesar de esto, la experiencia es potente y enriquecedora, añadiendo al debate capital sobre los recuerdos históricos un buen puñado de nuevas perspectivas.
¡Enlace copiado!