El magnetismo de la tragedia

Èdip

Èdip
14/04/2018

Llevar un clásico literario al teatro siempre es difícil. Encontrar una adaptación que sea precisa y, al mismo tiempo, atractiva para un público diverso es complicado. Oriol Broggi lo intenta ahora con Sófocles y su Edipo, y el reto no es poca cosa.

Como muchos ya sabéis, Edipo es aquel que, bajo un desconocimiento total de sus orígenes, mata a su padre y acaba casado con su madre. En esta adaptación de Jeroni Rubió se describe precisamente eso, el momento en que el protagonista toma consciencia de toda la realidad. Una tragedia griega con todas las letras.

Dando vida a Edipo tenemos a Julio Manrique que acapara toda la obra con su magnetismo, que te deja enganchado en la butaca esperando saber más de la historia. El intérprete consigue una inmersión absoluta en el personaje sin extralimitarse en la intensidad a la cual nos tiene acostumbrados y que, a veces, en ciertos personajes, sobrepasa lo estrictamente necesario. En esta ocasión, consigue equilibrar en la medida justa pasión y mimetización.

Como el protagonista, el resto de intérpretes nos van narrando la historia con mucho cuidado y veracidad. Entre los actores y actrices destaca, especialmente, Marc Rius que, como en obras anteriores, se planta en el escenario con firmeza y demostrando que ningún texto le es extraño o difícil. En un momento concreto de duelo dialéctico entre su personaje, Creonte, y el de Manrique, Edipo, el cara a cara se convierte en una batalla excepcional que no deja indiferente al público.

La puesta en escena es sencilla y sobria, aportando aquello que es estrictamente necesario para la narración del texto.

La única pega que se le podría poner a esta obra es la dificultad de estar captivado por toda ella las casi dos horas que dura. Hay un problema de ritmo, de equilibrio entre las diferentes escenas – posiblemente por el texto excesivamente largo de algunos momentos concretos-, que provocan que, más de una vez, el espectador desconecte de lo que se nos explica. Y esta desconexión provoca que la obra no acabe de ser redonda, aunque tenga todas las cualidades que tiene.

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