A estas alturas, no se puede negar que Oriol Broggi es un director que sabe crear atmósferas teatrales muy ricas, que sabe manejar muy bien los recursos teatrales y que dirige muy bien a los actores. Además, la tragedia siempre ha formado parte de su repertorio, ya sea desde la vertiente clásica (Antígona) a la más moderna (todas las obras de Mouawad). Es por todo esto que no sabemos qué ha pasado con esta versión de la obra de Sòfocles. Escénicamente reconocemos el estilo del director -y en parte de La Perla 29, la compañía a la que está estrechamente ligado- pero cuesta de entender el porqué de la frialdad y el distanciamiento que se ha querido crear con el tono y el ritmo marcados. El montaje se resiente de un ritmo excesivamente pesado y de un minimalismo formal que no ayuda a la evolución de la tragedia, ni a la transformación de los personajes. Sólo Edipo, interpretado con solvencia por Julio Manrique, cambia forzosamente ante los ojos de los espectadores… pero, ¿qué pasa con Yocasta, Antígona o Creonte? ¿Dónde están la pasión y la rabia? ¿Por qué no nos conmueve lo qué está ocurriendo en escena? Creo que, a juzgar por el texto del programa de mano, se ha querido recurrir a referentes excesivamente intelectuales -Borges, Mouawad o Peter Brook- y poco a la cultura popular, que es de donde sale la tragedia y todos sus magníficos personajes. Una versión, pues, pensada desde el intelecto y no tanto desde el corazón o las entrañas. Válida, sí, pero seguramente no del gusto de todo el mundo.
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