El personaje de Don Juan tiene una presencia arquetípica en el inconsciente colectivo de la cultura europea comparable sólo a otros pocos mitos literarios. Esto hace, por un lado, difícil aportar una visión diferente de esta figura y, por otro, resulta fácil caer en el estereotipo de seductor que todo el mundo tiene presente. En este caso, David Selvas ha conseguido salvar su propuesta de estas dos dificultades con un enfoque moderno de la tragicomedia de Molière, aproximando la poética del texto a un realismo dialéctico muy vistoso. Usando un hotel como escenario (idea no demasiado innovadora, por cierto), el montaje tiene una solidez admirable, sobre todo en su primera mitad, sostenida, básicamente, por la fuerza interpretativa de Julio Manrique. El actor se mueve en registros ya transitados en otros trabajos anteriores pero que suponen una herramienta excelente para construir tanto este protagonista como las relaciones con los secundarios. Esta base permite que la obra no se tambalee cuando ciertos caprichos de dirección empiezan a aparecer. Desgraciadamente, el tono acaba derivando en un clímax lleno de estridencias que poco acompaña la elegancia y el ingenio con el que había empezado la propuesta. Algunas decisiones recuerdan al teatro del polémico Calixto Bieito, director que hace tiempo que no vemos por aquí, a pesar de que, en comparación, éstas son mucho más contenidas. La parte más oscura de la historia busca, en este caso, representarse con espectacularidad. Es cierto que produce mucha inquietud pero, realmente, vale mucho más la pena el texto y las ideas del dramaturgo francés que cualquiera de las parafernalias que se le añaden. Es, en realidad, un equipo de actores muy bien cohesionado lo que permite disfrutar del espectáculo y dejar ver su profundidad.
¡Enlace copiado!