Esta versión del Don Joan de Molière, estrenada en el TNC ahora hace un año y medio, es un montaje que en su momento ya despertó sentimientos enfrentados. De hecho, estamos delante de un ejercicio de modernización y revisitación del mito, ya sea a través de la contemporaneidad de la propuesta o de un trabajo de contextualización que llega a sus últimas consecuencias. Pero en el fondo no es un ejercicio original ni trascendente, sino una mezcla de ideas prestadas y de pequeños aciertos aislados.
Todo el principio de la obra funciona y está muy cohesionado, sobre todo por el magnífico trabajo de Julio Manrique (Don Juan) y Manel Sans (Sganarelle). Sus diálogos y las situaciones que viven en el hotel que nos propone David Selvas hacen avanzar la trama con fluidez. Es hacia la mitad de la pieza que el invento se desinfla y las situaciones pierden verosimilitud. Las estridencias tampoco a ayudan a entender las interesantes reflexiones de Molière sobre un personaje universal, a pesar de que se tiene que destacar la belleza y el riesgo de la curiosa escena final. Una escena donde la música y otros elementos escénicos acaban por poner el contrapunto ideal al desenlace de la obra.