Hay historias que cuesta explicar, y mucho más defender o justificar. Son aquellas historias que superan nuestro entendimiento y que sobrepasan aquello que calificamos como moralmente aceptable. Relatos terribles que han engrosado la historia criminal de determinados países. Si hablamos del Reino Unido, el asesinato de James Bulger es con casi toda seguridad uno de los más crueles y espantosos que se recuerdan, sobre todo por la edad de la víctima (dos años) y por la de los dos asesinos (diez años). En Dirrrty Boys se habla justamente de estos dos jóvenes de Liverpool, empezando por su dificultosa reinserción alrededor del 2019 y tirando hacia atrás, hasta llegar a aquel fatídico 12 de febrero de 1993. Una estructura dramática curiosa, que avanza a base de flashbacks y que intenta acercarnos a los hechos poco a poco… pero sin juzgar ni moralizar.
La puesta en escena es simple, concisa y limpia. Ocho colchones son el único atrezzo de la obra, y también el único material para representar los diferentes espacios: los centros de reclusión, un supermercado, el piso de Robert, una discoteca, el descampado donde se produce la tragedia, etc. El resto lo hace la iluminación y el espacio sonoro, así como un trabajo físico que los dos actores llevan a cabo con una energía estremecedora. Precisamente los dos actores –Martí Cordero y Sergi Espina– son la base de todo el espectáculo y también un espléndido descubrimiento. La manera como encaran unos personajes tan difíciles es realmente encomiable, pero es que encima la dirección –gran trabajo de Ágata Casanovas– los hace salir y entrar del personaje, desdoblarse en otros, e incluso ser narradores de aquello que está pasando. Una filigrana interpretativa que obliga a estar muy concentrado y entrenado.
Un espectáculo duro, de aquellos que no deja indiferente, pero que no os tendríais que perder. Y no lo tendríais que hacer por las grandes interpretaciones, por la exquisita dirección y puesta en escena, pero tampoco por el texto meticuloso y muy bien documentado de Gerard Guix (Génesis 3.0, Ricard de 3r).