Cuando acabas de presenciar una experiencia como The Great Tamer puedes tener la sensación de haber estado soñando. Las casi dos horas de espectáculo pasan como en un estado de ensoñación, donde la sucesión de imágenes oníricas nos transporta a una dimensión que no es real. Los cuerpos de los bailarines-actores parecen ingrávidos, e incluso se desmiembran ante nuestros ojos como si fuera por arte de magia. El escenario es lleno de trampas y oculta secretos que iremos descubriendo poco a poco. En resumen, un espacio para el sueño donde todo tiene cabida, porque aquí no se alecciona ni se moraliza nadie, más bien se le invita a visitar un espacio en el que buscar los contenidos que más le conmuevan.
Dimitris Papaioannou proviene del campo de la pintura y el comic, y bien es verdad que se nota. ¡Y tanto que se nota! Se nota en la composición de las escenas, en la cadencia, en detalles como los zapatos con raíces o en otros aspectos visuales de primer orden. La ejecución, además, es de una precisión y una técnica que maravilla. Los diez intérpretes no paran de entrar y salir de un decorado que también es protagonista. Y lo hacen con la conciencia de estar revelando un mundo secreto, el mundo de uno de los directores de escena más brillantes y enigmáticos que hay actualmente en Europa. Resumiendo, un espectáculo que llega al corazón por sensaciones y por vías que no son las habituales. Si sólo miramos, seguro que no comprenderemos nada…