La actualidad de un drama clásico

Dagoll Dagom: Maremar

Dagoll Dagom: Maremar
20/11/2019

Un viaje dramático y desolador, entre naufragios, roturas y miserias humanas es la vía por donde se expresa la penosa situación de un grupo refugiados que, una vez vertidos al mar en paupérrimas pateras, tras dejarlo todo, tienen la mal dicha fortuna de llegar a una playa donde, de hecho, nadie los quiere. Nadie se puede hacer el cargo del sentimiento que esto provoca en quien lo padece. De serlo todo, ser feliz, a ver cómo te arrebatan todo aquello por lo que tanto has luchado y tienes que huir. Huir como gesto de lucha, porque en casa sólo hay muerte. Y llegar, si se llega, donde todo el mundo te mira mal, donde todo es cerrado, donde no eres ni serás jamás bienvenido.

El espectáculo de Dagoll Dagom, que utiliza la obra de Shakespeare Pericles, Príncipe de Tiro como eje, plantea este drama tan asquerosamente actual a través de una puesta en escena vigorosa, sencilla pero a la vez clara, y bien coordinada. Las coreografías, el movimiento de actrices y actores, y su espléndida voz en la interpretación de cada pieza son remarcables. Llegan adentro y, especialmente cuando Lluís Llach desentierra nuestro particular imaginario musical, emocionan (al menos, hablo por mí). Quizá alguna canción concreta, que todos hemos ligado a un sentimiento personal, a un momento concreto y en un espacio de nuestra mochila, te despega de la obra para reencontrarte con ese instante perdido, con ese recuerdo. Pesan demasiado, estas canciones, para acompañar sin aplastar una escena que debería mantener la atención. La escenografía, en la que es protagonista una enorme pieza de ropa que se convierte pantalla y cortina en cada cuadro, es original y ayuda a situar el contexto de forma dinámica. Visualmente, genial.

Ahora bien, durante la obra, no he podido sustraerme de una horrible sensación. Sé que quizás es injusta, y tiene sólo el peso de una sensación, porque he disfrutado el espectáculo muchísimo, me he dejado las palmas, aplaudiendo, y he acabado de pie, dando palmadas, como la mayoría. Si bien el nivel de Julia Jové, Albert Triola y, especialmente para mi gusto (soy un incondicional), Mercè Martínez es sublime, y si bien la capacidad de los miembros del reparto de expresarse a través de la danza, potente y cautivadora, y la voz raya también la excelencia, se muestran unos defectos en la dicción de algunos actores que sorprenden, y, en algún caso, incluso se ve limitado el dominio de la interpretación, en cierto forma impostada y carente de matices. Sin el baile y canto, cierta incomodidad. Supongo que no se puede querer todo.

En resumen, un placer poético y emocionante. Una oportunidad más para recordar que nadie elige donde nace, que este azar nos debería hacer rebajar el tono altivo y condescendiente con el que tratamos quien sufre, y que el mundo, en definitiva, nos pertenece a todos y no es de nadie. Si no lo entendemos, quizás algún día las idas y venidas de las mareas nos llevarán a nosotros mismos, perdidos, en medio del mar. Y entonces pediremos ayuda, reclamaremos la justicia que ahora negamos. No podemos hacer ver que esto no va con nosotros. Ya basta.

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