El mismo Bozzo ha dicho que Maremar es muy diferente a todo el que Dagoll Dagom ha hecho previamente, y en parte tiene razón, pero también hay que decir que el poso de una compañía tan experta en musicales acaba apareciendo de diferentes maneras. Sin la experiencia de los pequeños musicales del principio o de grandes espectáculos como Mar i Cel, Flor de nit o Scaramouche, entre otros, no podríamos entender ahora esta apuesta. El sentido del ritmo, las soluciones escénicas e incluso los recursos narrativos nos remiten a todo el bagaje del que hablábamos; una larga trayectoria en la que tampoco han faltado otras apuestas arriesgadas, como Poe o La Perritxola, o espectáculos que exploraban terrenos alejados de su zona de confort, como fueron Cacao o Cop de Rock.
Maremar une tres puntos de partida aparentemente alejados, Pericles de Shakespeare, las canciones de Lluís Llach y el drama de los que atraviesan el Mediterráneo en busca de un mundo mejor. La dramaturgia hace que todo encaje, mostrándonos la realidad de un campo de refugiados y mezclándola con la ficción de la historia del Príncipe de Tiro. Talmente como si fuera un cuento nos adentramos en una historia de naufragios, piratas, burdeles y personajes que vagan erantes por varias ciudades de Grecia y Turquía. Es cierto que en la primera parte cuesta avanzar en la trama y los diversos números musicales lastran parte del ritmo, pero una vez adquiere más protagonismo el personaje de Marina -hija de Pericles- el argumento vuelve a encarrilarse e incluso las palabras del dramaturgo inglés se hacen más presentes.
En cuanto a la parte musical, justo es decir que es donde el espectáculo consigue sus cotas más altas. El trabajo de arreglos y armonizaciones de Andreu Gallén es realmente admirable, y las coreografías de Ariadna Peya que acompañan todo el espectáculo unen elegancia y emotividad a partes iguales. El reparto ejecuta bailes y canciones con gran convicción, destacando especialmente el trabajo de Roger Casamajor, Mercè Martínez y Elena Tarrats. En definitiva, un montaje que pone el público en pie cada noche y que emociona por su mensaje, pero también por su buena producción y el perfecto conocimiento de los resortes del género.