Nunca se sabe cuándo una producción tendrá éxito, a veces se tiene la esperanza de emocionar al público o, como mínimo, animarlos a ir al teatro y vender todas las localidades. En algunas ocasiones, el triunfo del espectáculo lo lleva a hacer una segunda temporada o hacer alguna reposición un tiempo después de acabar la temporada. Es raro que una obra tenga un recorrido más allá de unas cuantas pasadas, pero en algunas ocasiones se obra un milagro y la historia que se representa encima del escenario conecta con más de una generación y en más de un momento en el tiempo.
Quizás es atrevido, pero se podría decir que Mar i Cel es el musical catalán por excelencia. Estrenada en el 1987, recuperada en el 2004, después en 2014 y ahora en el 2024, ha cubierto las necesidades de aquellas personas que la han podido ver desde el estreno o aquellas que se han sumado por el camino. I en esta, la última de sus reposiciones, Dagoll Dagom ha sabido volver a provocar la emoción, la ilusión y la pasión de las anteriores. Seguramente, el hecho de ser la última le ha dado más empuje y más emotividad.
No hace falta explicar mucho, pero la acción se encuentra en un barco donde los moriscos tienen apresados a unos cristianos y juran vengarse por las leyes que les han perseguido durante años. Durante el relato cada parte expondrá su visión de las cosas y nacerá una historia de amor.
El nuevo reparto ha sido una gran sorpresa, con algunas caras desconocidas y otras no tanto, pero que se han ensamblado perfectamente para dar vida a los personajes. Alèxia Pascual en el papel de Blanca, muestra una fuerza y un carácter que encaja perfectamente con la evolución del personaje y que atrapa al público cuando se combina con la delicadeza de su voz. Su “Per què he plorat?” es un bálsamo magnífico que cautiva a la espectadora. A su lado, Jordi Garreta y su Saïd se acoplan a la perfección con el relato y la lucha interna entre el liderazgo pirata y el amor que procesa su amada.
La producción es una maravilla, con un escenario conocido, pero aun así impactante, que culmina al final de la primera parte con el barco navegando dirección a tierra con toda la banda de piratas cantando en perfecta harmonía su himno. Los años pasan, las versiones modifican un poco, pero este momento es siempre el que enaltece la emoción, pone la piel de gallina y une al público en un mismo sentimiento de grandeza.
Si hace falta destacar algo, sin duda es el trabajo inmenso que los y las intérpretes hacen para mantener la energía durante toda la representación y por encajar de maneras inimaginables sus voces, especialmente en los momentos harmónicos en los que bailan en diferentes tonalidades y pasajes musicales. Un esfuerzo y una dedicación que no se puede dejar de repetir.
La historia quizás ha quedado un poco desdibujada por el tiempo, pero la pasión con la que se narra y la fuerza de la música y las canciones perdurará para siempre. Larga vida al teatro musical catalán.