Probablemente, lo más interesante de la compañía La Ruta 40 es que no está vinculada a un dramaturgo o director con un sello concreto, sino que se trata, más bien, de un equipo artístico con un criterio, filosofía e intereses comunes que toman diferentes formas escénicas dependiendo del proyecto. En este caso, han sumado fuerzas con Josep Maria Miró para confeccionar un interesante ejercicio sobre la memoria individual y familiar. Con una mezcla de drama y thriller, habitual en el teatro de Miró, Cúbit crece a fuego lento, desde una calma inquietante que esconde una violencia sutilmente presente en todo momento. No se trata exactamente de un juego de verdades y mentiras sino, más bien, un diagrama sobre las interpretaciones de los hechos, donde la tensión entre los personajes supone un papel clave para mantener el interés y hacer estallar el conflicto en el momento preciso. La complicidad del reparto es espléndida y esto ayuda a sentir a un grupo de intérpretes conectados entre ellos, a pesar de la frialdad o la distancia de sus personajes. Como parte de la propuesta, también quedan algunos interrogantes en el aire que, en cierto modo, forman parte de la ambigüedad de la misma historia y, por lo tanto, se puede considerar tanto un mérito como un defecto, según el tipo de espectador que la juzgue. En cualquier caso, estamos ante un espectáculo sólido, vibrante y bien ejecutado que, con no muchos medios, consigue cautivar y crear un universo muy rico en matices.
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