La historia de amor de la ciudad de Barcelona con el teatro argentino ya viene de lejos; probablemente, del éxito de los primeros espectáculos de Javier Daulte de la década pasada a quien siguieron otros autores y directores como Claudio Tolcachir, Daniel Veronese o Nelson Valente, entre otros. El problema de esta fructífera corriente bonaerense es que ha dejado un listón muy alto y, ahora, cada nuevo espectáculo que nos llega tiene que competir contra unas expectativas muy altas. Esto le pasa un poco a Cuando vuelva a casa voy a ser otro, una obra divertida e interesando sobre la búsqueda de la propia identidad explicada desde diferentes puntos de vista. Escrita y dirigida por Mariano Pensotti, la propuesta contiene una idea central muy original y suculenta que, a pesar de sus grandes posibilidades, se enreda en un conjunto de tramas desiguales que no consiguen sacarle el máximo partido, exceptuando algunas escenas concretas. Sus momentos cómicos funcionan y están presentes durante todo el espectáculo pero, a veces, no aportan suficiente a la historia y hacen que el conjunto pierda cohesión. Por otro lado, la puesta en escena es sugerente y dinámica (toda la acción sucede sobre dos cintas transportadores), y sirve muy bien como metáfora del devenir constante de la vida y el carácter efímero de todas las cosas. Desgraciadamente, su efecto inicial también se diluye poco a poco y acaba perdiendo importancia ante nuestra mirada. Se trata, pues, de un montaje simpático y con algunas pinceladas de un contenido más profundo muy valioso, puesto que no siempre resulta fácil de encontrar este elemento en las comedias más amenas.
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