¿Acabamos siendo lo que realmente queríamos ser? ¿En qué nos convertimos a lo largo de los años? ¿Somos mejores cuando intentamos ser otra persona? Todas estas profundas cuestiones se van formulando en el transcurso de una obra de apariencia ligera pero de trasfondo complejo y realmente revelador. Mariano Pensotti ha partido de una vivencia supuestamente real -una conversación con su padre sobre una consecuencia de la dictadura argentina- para adentrarse después en una historia que tiene varios protagonistas y que se va abriendo al espectador como si fuera una muñeca rusa. El envoltorio escénico de todo esto también tiene su complejidad, puesto que actores y objetos están todo el rato encima de unas cintas transportadores que no paran nunca. El recurso se agota pronto, pero funciona bien como metáfora de que todo avanza pero todo vuelve, de forma inevitable y posiblemente justa.
A pesar de ser una idea brillante y estar muy trabada dramatúrgicamente, hay algo que no permite redondear una obra que lo tenía todo para convencerme. Creo que el hecho de jugar con tres personajes centrales es buena, pero alguno de ellos se pierde por el camino y se echa de menos un encaje más verosímil. Por otro lado, el montaje empieza en falso, y no es hasta muy entrado el nudo del conflicto que empezamos a disfrutar de la historia. Una historia, por cierto, que nos transporta a Argentina, a Uruguay, y que acaba haciendo un repaso al inicio de la humanidad y de los primeros hombres primitivos…