Fijar la vista atrás y recordar qué era ser adolescente. Las cosas buenas acostumbran a repetirse en voz alta una y otra vez. Las malas, aquellas que hicieron daño se quieren borrar o olvidar, pero siempre están esperando escondidas, en la superficie, para aparecer y hacerse presentes, aunque no se quiera.
Alba, Carla y Gerard se trasladan a su yo de los 17 años y explican al público una pequeña muestra de todo aquello que pasa por la cabeza y la vida de un adolescente. Con la Course-Navette (la carrera Pip) como punto de salida y excusa, en el escenario tres jóvenes que afrontan de manera muy diferente la prueba. La verdad es que todos ven en esta actividad un reflejo de sus inseguridades y miedos. Alba es patosa y cuando cae, que es a menudo, los compañeros y compañeras de clase se ríen. No quieren que se rían de ella, hace ver que no le importa, pero se siente insegura. Carla es deportista y una alumna excelente que hace muchas extraescolares y estudia mucho. También siente el peso de las expectativas y no sabe cómo gestionar el posible fracaso, la angustia la paraliza. Gerard tiene miedo y al mismo tiempo de conocer chicos, de salir con alguien y sentirse querido. No todo sale como se espera.
Miquel Mas Fiol pone sobre el escenario un texto directo sobre la validación propia, la gestión de la presión puesta y autoimpuesta, la identidad y el consentimiento. La narración es excelente, concisa y clara. Juega con elementos visuales y musicales que acompañan a los personajes a explicar su historia y pone a la espectadora en su mundo. Con inteligencia y dominio de la puesta en escena, Mas atrae a público de todas las edades, esta producción busca poner sobre la mesa temas importantes que tienen que conocer los adultos y reconocer los jóvenes.
Y si una cosa tiene esta gran obra es un reparto que es una auténtica maravilla. Alba Flor, Gerard Franch y Carla Vilaró son un trio increíble. Enganchan con su humor, con su capacidad interpretativa, pero sobre todo con la verosimilitud con qué transmiten sus historias. Con Alba el público estalla en risas y también la acompaña en su tristeza. Carla vive con pasión e intensidad cada segundo de su vida y con ella la espectadora también cae y no puede respirar. Gerard es alegre y divertido, enamora, pero la decepción y la incertidumbre que siente se transmite por el escenario y el patio de butacas como una losa que cae de repente.
Los personajes son un pequeño ejemplo de una sociedad que tiene olvidada la salud mental, especialmente la de los más jóvenes, donde se está perdiendo la oportunidad de dar herramientas a las personas del futuro para gestionar y entender su vida. Dice Gerard en un momento de la obra que él sacaba muy buenas notas en la escuela, pero que habría suspendido un examen sobre la vida. Y eso sí que tendría que hacer reaccionar.
Imprescindible ver este montaje, recomendarlo e ir con personas de cualquier edad. Compartirlo y comentarlo, lo mejor que se puede hacer. Se tiene que hablar y compartir todo aquello que preocupa o angustia. Se tiene que cuidar a aquellos que lo necesitan y también a aquellos que parece que no.