Tenía muchas expectativas puestas en este Grito Pelao, sobre todo porque al frente están dos de las figuras que más han hecho para renovar el flamenco y romper toda clase de moldes, Rocío Molina y Sílvia Pérez Cruz. Dos mujeres que se atreven con todo y que tarde o temprano tenían que coincidir en un espectáculo. Pero a pesar de las esperanzas depositadas, el grito se ha transformado en bostezo. Las más de dos horas de duración acaban por difuminar la idea inicial, la futura maternidad de Molina, y alargan situaciones y números hasta llegar al agotamiento. No se puede negar que las dos artistas son extraordinarias en sus respectivos géneros y que hay escenas bellísimas, sobre todo hacia el final, pero es que cuando uno llega al final ya hace rato que ha desconectado.
De lo que sí estamos seguros es que con una selección de los momentos más potentes y con un recorte de unos tres cuartos de hora, el espectáculo funcionaría a las mil maravillas. De hecho, hay momentos muy interesantes, como los que destilan humor y una cotidianidad nada forzada entre la bailaora y su propia madre. Además, el diseño de iluminación y el trabajo de proyección merecen una mención aparte, puesto que en algunas escenas acaban acaparando toda la atención. Quizás incluso en exceso, puesto que eclipsan literalmente a las protagonistas (hay momentos en que cuesta verlas) y hacen gala de unos recursos a veces excesivos.