El oficio de maestro es un terreno abonado a la opinión de todos. De hecho, la experiencia que otorga el hecho de que todos y todas hayamos pasado por un aula nos hace capaces de juzgar una responsabilidad que va mucho más allá de una titulación. No es necesario que descubra ahora la importancia de este oficio, pero, quizá porque también es esencialmente mi vocación, necesito reivindicar el respeto que se merece.
El texto de Iseult Golden y David Horan, me evoca dos visiones.
La empatía hacia el personaje que interpreta Pol López me remueve. El maestro vela por el tesoro más preciado de muchas casas diferentes y diversas. Y justamente el papel de Carlota Olcina y Pau Roca nos demuestran que esto no es fácil. Es una acción de funambulismo profesional en la que caer es demasiado fácil. Ellos, de entrada correctos, sacan a relucir una gama de gestos en defensa de su hijo (que nunca es atacado) que termina por desquiciar un aparentemente equilibrado profesional de la educación. El maestro, como todo el mundo, también debe saber controlar su propia vida. Y eso cuesta, y el esfuerzo pasa factura. La transformación lenta a medida que deben afrontar la realidad de un niño con dificultades de aprendizaje (nada del otro mundo, por otra parte) y el recurso de la duplicidad de roles padres-niños son fantásticos, y ayudan a ilustrar el drama que los niños viven detrás de las decisiones de los adultos. Merece una mención especial Pol López. Este actor genera un magnetismo que atrae incluso cuando intervienen los demás. Y eso es bueno para la escena, y malo a la vez, por los demás, que lo necesitan para ser creíbles.
Por otra parte, la realidad de las familias que la obra presenta exige por parte del maestro una exposición de los hechos diferente. La obra presenta una distancia lingüística, intelectual, demasiado exagerada entre los dos mundos. Y así es difícil el entendimiento.
La dirección de Pau Carrió es acertada y aporta agilidad al movimiento de escena. Tal vez requiere destacar más aún, más que la ligera variación de luces, los momentos en los que los roles cambian. Algo se pierde, en el cambio.
El espectáculo globalmente, merece reconocimiento, la interpretación aporta calidad y la escenografía, una clase, como no podría ser de otra forma, es cercana y realista. Todo ello garantiza una conversación posterior interesante. Esperaría que ayudara un poco al espectador a penetrar en la realidad del oficio de maestro, pero creo que no es el caso, tampoco, desgraciadamente.