El personaje que Miguel Delibes escribió hace más de cincuenta años y que Lola Herrera lleva interpretando casi cuarenta es un retrato de la mujer provinciana de los años sesenta.
Sobre el escenario, Carmen Sotillo vela el cadáver de su marido en un soliloquio que le permite sincerarse mostrando sus anhelos, miedos y frustraciones. Una mujer que además de cumplir con el modelo impuesto de feminidad también lo defiende, siendo así víctima y guardián al mismo tiempo de una sociedad panóptica que castiga a las mujeres con un sentimiento de culpa constante. El autor parte de esta situación para introducir toques de humor en el discurso tan clasista y machista de esta mujer, humor que se mezcla simultáneamente con el drama personal del personaje.
Lola Herrera defiende este contradictorio personaje con enorme destreza, como era de esperar, y nos lleva de paseo por la mente de todo un modelo de mujeres que solamente existen bajo la mirada del hombre. Con una puesta en escena minimalista, cuatro sillas y unos ligeros cambios de iluminación son suficientes para que la interpretación de la actriz ocupe todo el espacio escénico.
En definitiva, una reliquia teatral que mira al pasado en todos los sentidos, tanto en forma como en contenido, y que nos recuerda la importancia de mirar hacia atrás para reconocernos en el presente.