Imagina que gracias a comerte una especie de osito de chuche te conviertes en eterno al paso del tiempo. Con esta premisa empieza la propuesta teatral Immortal, protagonizada por Bruno Oro. Bajo esta nueva realidad, el texto y sus múltiples personajes navegan a través de esta reflexión filosófica, ¿queremos ser inmortales? ¿Realmente nos aportaría felicidad? ¿Mejoraría nuestra existencia?
Esta obra es 100% Bruno Oro, nos muestra su habilidad acaparadora para intercalar los diferentes personajes “brunororianos”, que ya conocemos de sus trabajos anteriores, y que ara se unen para mostrar al público esta narrativa. Entre los momentos humorísticos que hacen estallar de risa a toda la sala, el texto no se olvida de hacer alguna crítica implícita a situaciones actuales –como, por ejemplo, la proliferación de pisos turísticos en Barcelona- que produce en los espectadores más de un aplauso reivindicativo.
El texto está tramado de manera inteligente, con un ritmo vertiginosos que va creciendo a medida que van pasando los minutos. Sin la capacidad de Oro para interiorizar los personajes y sus palabras, frenéticas y contrapuestas, las unas de las otras, no se podría conseguir atrapar al espectador y dejarlo exhausto –como él acaba la obra- con tanta intensidad.
El minimalismo que rodea la puesta en escena es todo un acierto, porqué ayuda al protagonista a exponer sus reflexiones, pero sin interferir en aquello que es realmente importantes: las palabras.
Immortal tendría que ser esta manera de hacer teatro, dejándose la piel en cada interpretación al mismo tiempo que se busca impregnar a todo el público de un trasfondo reflexivo y autocrítico.