Ir al teatro es como ir a vivir una experiencia única que dura solo el rato que el espectáculo está vivo, ya puede ser una hora o más. Es un momento irrepetible, porque aún que al día siguiente se vuelva a hacer la obra, esta no será igual: ni habrá el mismo ambiente ni tampoco el mismo público, además de todas las cuestiones pequeñas que pueden producirse de manera diferente por mucho que se hayan ensayado. Esta es la auténtica grandeza del teatro en vivo, que es irrepetible.
El Col·lectiu Desasosiego vuelve a los escenarios con Breu visita a la gola del llop, un local de bingo donde cada noche se acoge a las personas que quieren tentar a la suerte y que encuentran en este espacio y su personal un lugar donde sentirse parte de un todo. La espectadora llega como una jugadora en un nuevo día… y explicar más sería imperdonable, porqué la incertidumbre de qué pasará es el anzuelo más potente que tiene esta compañía.
Como ya ocurrió en Un segundo bajo la arena, en esta producción la sorpresa de hacia dónde irá la narración o la interacción con el público es su gran atractivo y la razón principal por la cual funcionan tan bien los espectáculos de esta compañía. Es igual por donde se piense la espectadora que irá el relato, porqué seguramente no acertará. Esta originalidad, la rapidez del texto y la puesta en escena mantienen al público atento e hipnotizado, lo cogen y no lo dejan irse hasta el final. Es necesario que el público se deje llevar y forme parte del espectáculo porqué si no, la experiencia no es total.
La relación de complicidad entre la espectadora y los y las intérpretes es imprescindible y es clave para que toda la narración funcione y se cree un ambiente mágico. Alex Solsona, Carla Coll, Àrid Soldevila y Gaspar Corts hacen un trabajo increíble desapareciendo tras las personalidades de sus personajes, de estos trabajadores/as del bingo que, serviciales y con una sonrisa siempre en la cara, se han convertido en un elemento más del local perdiendo la noción del tiempo y la realidad.
Una puesta en escena aparentemente sencilla que acompaña con pocos elementos y un montaje de luces y sonido muy detallado, ayudan a transportar al público a una historia que tiene un trasfondo más profundo de lo que podría parecer: la soledad y el envejecimiento como dos elementos que se unen y es difícil visualizarlos y combatirlos. Unos personajes atrapados en el tiempo y la desidia, en el día a día que, aunque lo intenta, no consiguen seguir hacia delante.
Es cierto que es la misma estructura y fórmula que se utilizaba en el espectáculo anterior y quizás eso puede hacer que el elemento sorpresa no lo sean tanto, pero igualmente la obra consigue sumergir al público como entidad colectiva que, más predispuesta o no, acaba creado un escenario bastante próximo a la realidad de un salón de bingo lleno de desconocidos/as.
Es una obra divertida, compartida y muy participativa que deja un regusto de felicidad y de haber vivido un momento único.