Tras No es país para negras, Silvia Albert Sopale vuelve a denunciar el racismo a la vez que inaugura la nueva temporada de la Sala Fénix con su nueva creación. A través de un tono humorístico ácido y provocador, cuestiona la práctica del blackface, es decir, cuando una persona blanca se pinta la cara de negro para representar a dicha raza. Un ejemplo de cómo la representación puede ser utilizada para ridiculizar la diferencia y perpetuar así los privilegios del sector dominante.
Pero más allá de mostrarnos algunos ejemplos cercanos de esta práctica, como son el caso de la Negra Tomasa o el Carnaval de Alcoy, el espectáculo irá destapando “otras vergüenzas” de casos en los que la raza blanca ha utilizado a la negra con fines caricaturescos y de espectáculo, propagando así la visión eurocentrista del mundo. Sarah Baartman o el Negro de Banyoles son dos buenos ejemplos de ello.
Con esta interesante temática sobre el escenario la intérprete va saltando de un personaje a otro a través de una carismática médium que da cuerpo a los distintos personajes, algunos reales y otros ficticios, de este relato. Una mezcla de teatro cómico, trágico, documental y social con una clara voluntad de concienciación y de denuncia. Una obra con un ritmo ascendente que a pesar de contar con un arranque un poco difícil, va ganando en interés conforme entra en contenido y emplea interesantes recursos narrativos y escénicos. Finalmente, la obra llega a un clímax en el que la creadora, en una muestra de ingenio y empoderamiento, le da la vuelta a la tortilla empleando un conocido icono de la ciudad de Barcelona.
En definitiva, una obra que más allá de su ingenio escénico merece la pena por su contenido político, demostrando la importancia de que cada colectivo se represente a sí mismo. Porque si cada lucha merece su espacio en la cultura, ya es hora de que se lo cedamos también a la negra.
