A pesar de que, a veces, nos parece que el panorama teatral no sale del normativismo blanco, heterosexual y masculino, lo cierto es que, poco a poco, aunque sea en espacios pequeños, estamos viendo cómo la cartelera se está abriendo a la diversidad y a las minorías. Un buen ejemplo de este camino hacia la inclusión es Blackface, el nuevo espectáculo de Silvia Albert, que, después del éxito de No es país para negras, vuelve con un monólogo cómico igual de crítico e incisivo. Con un carácter tan fresco como reivindicativo, la actriz hace una sátira social y política sobre algunas de las tradiciones racistas con las que hemos convivido en nuestro país a lo largo de la historia sin darle ninguna de importancia, hasta el punto de que muchas de ellas todavía perduran. Albert domina perfectamente el tono, el discurso y las metáforas como instrumento narrativo, consiguiendo, a través de diferentes escenas y personajes, articular una descripción del problema endémico de nuestra cultura que es la base del odio y la discriminación. Quizás Albert confía demasiado en la fuerza de quien se sabe en posesión de la verdad y, por lo tanto, puede parecer que construye un mensaje exclusivamente para una audiencia ya convencida. En cualquier caso, en un momento político con tantos retrocesos ideológicos es más que necesario repetir hasta la saciedad aquello que creemos ya saber; especialmente, cuando la realidad está lejos de ponerse a la altura de las lecciones, en principio, ya aprendidas
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