Después de impresionarnos con la belleza de su anterior espectáculo, Baró d’Evel tenía el listón muy alto. Afortunadamente, la compañía ha gestionado muy bien la presión de las expectativas y ha sabido ofrecer lo que sería una continuación de lo que habían creado en Là a la altura de las circunstancias. De este modo, Falaise se plantea, más que como una secuela, como una expansión, un nuevo conjunto de historias que comparten el mismo universo postapocalíptico en blanco y negro y unas reglas visuales muy similares. Más grande y ambicioso, el montaje conserva la poética sublime y la ejecución técnica impecable habituales de la compañía, demostrando, nuevamente, un gusto exquisito para la puesta en escena. Como novedad, tenemos más actores, más personajes, más animales… y también pinceladas de sentido del humor. A pesar de su espíritu clownesco, quizás estas escenas son la parte que menos funciona de toda la propuesta, rompiendo su magia para adoptar un tono más llano que parece no encajar del todo. En cualquier caso, la fuerza del conjunto es innegable, dotando de emoción y profundidad cada detalle de la pieza. Personajes que nacen de las paredes en esta peculiar mezcla de danza, circo y teatro siguen construyendo una experiencia única de gran calado existencial y un verdadero placer para los sentidos y las emociones del público. En comparación, se ha perdido algo de sencillez, intimidad y delicadeza pero, en muchos otros sentidos, ha ido a más y está muy bien que así sea.
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