Detrás de un título como el de este espectáculo, uno puede esperar un ejercicio pedante o autocomplaciente que divague sobre la muerte, la vida… y tantas otras experiencias humanas que tanto gustan a los intelectuales. Nada que ver, sin embargo, con la realidad. Es cierto que se habla de filosofía, de economía y que hay unas cuántas citas y unos cuántos referentes cultos (el protagonista, de hecho, es un profesor universitario), pero la sencillez y la transparencia emocional son las grandes estrellas del espectáculo.
Todo empezó como una propuesta de la Sala Beckett al director Àlex Rigola para tratar el tema de la muerte. Lo que nadie sabía, ni el mismo director, es que la fuente de inspiración del proyecto sería el padre de una de las actrices implicadas en el proyecto. Josep Pujol, padre de la dramaturga y actriz Alba Pujol, estaba en el último ciclo de quimioterapia para tratarse un cáncer de pulmón. Las conversaciones que el director tuvo con padre e hija son lo que conforma el grueso de la pieza, en la que también hay videos testimoniales como el del doctor Enric Benito. La unión de todos estos elementos supone un testamento vital que emociona por su naturalidad y claridad. Quizás también tiene que ver el difícil y muy sincero trabajo de Alba Pujol, así como la brillantísima creación que hace Pep Cruz. En definitiva, una obra hecha con gusto, con verdad, y con todo el respeto.