Y como una chispa, el nudo en el estómago se va formando a medida que avanza el texto. La espectadora se mete en el bosque que acoge la historia, siente el calor, grita y aguanta la respiración.
Dos mujeres, cuatro hombres y un bebé llegan a un bosque donde harán una pequeña fiesta, una barbacoa que no saldrá como piensan. Entre ellos hay diferentes relaciones, algunos son familia y otros pareja o expareja. Tienen un pasado y muchas anécdotas y preguntas que se irán haciendo y explicando a lo largo de la velada hasta que se vayan a dormir. Cuando se despiertan, todo ha cambiado y no hay manera de volver atrás.
El montaje dirigido por Julio Manrique crea el marco tensional de manera gradual a medida que va avanzando cada segmento de la obra. La elección de la puesta en escena, grande y sencilla, ya denota que todas las sensaciones que se vivirán son fruto del trabajo intenso que hacen los intérpretes que componen cada una de las identidades mostradas. Los sonidos, especialmente la crepitación y el silencio, crean un espacio emocional muy intenso que aumenta la sensación de inquietud y ayudan a la narración en esta voluntad de incluir a todo el público en la escena que se está viviendo en el escenario.
Mima Riera, Ernest Villegas, Mia Esteve, David Vert, Jordi Oriol y Guillem Balart son estas seis personas a las que les cambiará la vida. Su interpretación sobrepasa cualquier personaje porque su mimesis es total. En los ojos de Riera se ve el dolor y la desesperación, Villegas es la imagen de la pérdida de la esperanza y Vert es la tristeza absoluta, por poner algunos ejemplos. Màrcia Cisteró y Norbert Martínez son los narradores que van poniendo en contexto a la espectadora, la va guiando y la sitúa allí donde necesita estar para verlo todo desde primera fila. Verlo y sufrirlo.
Los juegos de cámaras, los audiovisuales y los pequeños cambios que se producen en la escenografía se adaptan al tono narrativo que necesita la historia, cada elemento muestra una visión muy particular de explicar el relato, y atrapa desde el estómago hasta la garganta sin dejar ir al público en las dos horas de producción.
Cuando se cierran las luces, cuando todo se ha acabado, el público sale del teatro y aún le cuesta coger aire, respirar con normalidad. La intensidad vivida se tiene que digerir y procesar, se tiene que gestionar cada fibra que se ha removido dentro suyo. Y cuando, por fin, el nudo se va se da cuenta que la experiencia ha sido extenuante y una maravilla.