Hay historias que te atrapan por su dureza, por las imágenes escalofriantes que se quedan grabadas en el cerebro. Esta obra de la autora alemana Anja Hilling, al igual que muchas de Wajdi Mouawad, es una de ellas. Se nos explica la salida al bosque de un grupo de personas –seis adultos y un bebé- y las consecuencias de una devastadora negligencia que acaba en desastre ecológico. Estamos ante un grupo con varias relaciones entre sí –parejas, hermanos, ex-parejas, nuevos amantes- y de una velada que transcurre con la impostada normalidad que suelen tener este tipo de situaciones… Surgen algunos reproches, algunas insinuaciones, pero nada que estropee la paz del momento. Será ya de noche, mientras duerman, que la autora les tiene reservada una sorpresa en forma de chispazo. Un pequeño chispazo que lo encenderá todo –literal y metafóricamente- hasta llegar a una última parte que explica las dramáticas consecuencias de todo, la definitiva disolución de un grupo que solo se aguantaba superficialmente por las costuras.
La parte del incendio es realmente un puñetazo al espectador. Las descripciones –hay que recordar que hay unos personajes-narradores que nos guían en todo momento- son realmente escalofriantes e incluso de mal gusto. Todo lo que se dice, junto con un fantástico montaje de video y luces, nos sitúa en medio de la acción, justo en el epicentro de un incendio que coge proporciones gigantescas. No negaré que se consigue lo que se quiere y que genera en el espectador una sensación de desasosiego considerable, pero creo que hay descripciones innecesarias y pequeños detalles que la autora se hubiera podido ahorrar. No hay que recalcar el horror, ni regodearse en la desgracia, ante una situación ya de por si bastante dramática.
Tal como hemos dicho, todo el apartado técnico de la obra funciona a las mil maravillas, desde la escenografía al sonido, el video o la iluminación. No hay que olvidar, sin embargo, que las interpretaciones son el otro gran puntal del espectáculo. Ocho intérpretes en estado de gracia y totalmente entregados a la propuesta de Julio Manrique, que parece no tener ningún registro ni ningún texto que se le resista. La única decisión quizás un poco discutible, a pesar de que es muy habitual en varios montajes actuales, es la del movimiento coreográfico. Creo que funciona en varias escenas, sobre todo por el carácter metafórico y un poco abstracto de todo el conjunto, pero en otros resulta superfluo y un poco caprichoso.