De entrada, es muy curioso encontrarse un musical de creación propia que hable de una mujer americana de los años treinta obsesionada para trabajar en el cine de animación de la época. No se puede hablar del estudio en cuestión, ni del famoso hombre que había detrás, ni del ratón que creó… pero todos sabemos de quién se está hablando y del contexto que había. Sorprende verlo en catalán, en el TNC, y en una producción gigantesca y poderosa, como muchas del Nacional. Pero superado el susto o la sorpresa inicial, uno se adentra en una obra de factura clásica, con una música que también rezuma swing por todas sus notas y anima a mover los pies, quieras o no quieras. Quizás falta más entidad en las canciones, y algún leit motiv evidente que lo ligue todo, pero creo que es muy difícil conseguir la excelencia cuando te enfrentas a un producto de esta envergadura.
La obra mezcla mucho de contexto histórico –a veces, quizás demasiado y todo- con una historia de empoderamiento femenino y unas cuántas tramas secundarias que no llegan a coger identidad propia. Todo se centra en el personaje de Greta, y más adelante en su relación con el dueño de los estudios (un tal Walter.. o Walt). Quizás los excesivos detalles, el hecho que sea todo bastante previsible y un conjunto de canciones que no ayudan a avanzar la trama contribuyen a que se acabe produciendo cierto cansancio entre el público. Suerte de un envoltorio acertado y minucioso, con una elaborada escenografía de Pizarro Studio, un vestuario que pasa de los grises al color y una buena iluminación de Sylvia Kuchinow.
Mención aparte merece Paula Malia, que enfrenta el omnipresente personaje de Greta con una convicción y una profesionalidad hechas a medida. También destacan la siempre eficiente Diana Roig (Mina) y un pletórico Oriol Burés (Walter), que también afronta la dirección, la idea original, la dramaturgia, el vestuario… y muchas cosas más. Un reto enorme que se ha saldado con un musical de buena factura y éxito asegurado.