Con un diseño de máscaras inquietante que muestra unos rostros llenos de melancolía y expresividad, los tres actores de la compañía Kulunka nos transportan por un fantástico viaje sin palabras de una familia que afronta la terrible enfermedad de la madre: el Alzheimer. Construida desde la ternura y la sensibilidad, la obra es un poema visual impecable, sobrecogedor unas veces, maravillosamente frágil otras, donde la cotidianidad es la fuente de toda su magia. En pocas ocasiones, tenemos la oportunidad de asistir a espectáculos que combinen el teatro de gesto, el mimo y las máscaras y, sin pronunciar una sola palabra, opten por relatar un tema tan complejo, dotado aquí de una universalidad absoluta. La jugada de este montaje es tan redonda como honesto es el trabajo actoral de José Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo, encargados de interpretar todos los personajes. También la música de Yayo Cáceres juega una parte importante en la propuesta, acompañando los momentos de humor, la desolación de lo inevitable y también dejando que el silencio irrumpa en los instantes que le corresponde. Se trata, pues, de una historia muy dura y triste explicada con tanto de amor y emotividad que uno no puede evitar salir del teatro con lágrimas a los ojos y una sonrisa. Y es que André y Dorine es un espectáculo que emana vitalidad de principio a fin, cosa que lo hace, definitivamente, imprescindible.
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