La obra teatral de Federico García Lorca acostumbra a dividirse en cuatro grupos: los dramas, las tragedias, las comedias irrepresentables y las farsas. La pieza que hoy nos ocupa forma parte de este último grupo, al igual que La zapatera prodigiosa o El retablillo de Don Cristóbal, que fue escrita directamente para títeres. Y lo curioso es que Don Perlimplín y su adorada Belisa son también títeres que acaban cogiendo cuerpo y transformándose en seres humanos, con toda la complicación y complejidad que esto comporta. La humanización lleva al drama e incluso a la tragedia, por lo cual cuesta ver en esta obra un solo género. Más bien creo que es un compendio de todas las fórmulas del poeta y dramaturgo, en el que realmente lo que vemos es el estilo lorquiano en su estado más puro. De hecho, no hay que olvidar que para él ésta era una de sus piezas favoritas.
En esta versión dirigida por Genoveva Pellicer hay el acierto de empezar con un supuesto director, imagen del mismo poeta, y continuar con un tipo de representación guiñolesca que nos acaba llevando a la función. También valoro la selección y transformación de las músicas, así como los pequeños detalles escenográficos que nos conducen hacia el universo del autor. Pero me quedé con ganas de más. No sé si es por una cuestión de presupuesto o de cierto pudor estético, pero creo que Lorca siempre da para más. Sobre todo en sus obras más cortas o en las que él denominaba irrepresentables, donde todo tiene que quedar condensado y dónde a veces con las palabras no hay bastante. Si juegas desde el principio con unas buenas ideas, vale la pena no dejarlas por el camino… De todos modos, tengo que admitir que es una buena representación de una pieza que hemos visto poco en nuestros escenarios y que se tenía que recuperar tarde o temprano.