En 1897, Oscar Metenier fundó en París el llamado Teatro del Gran Guiñol. Se trataba de un tipo de expresión escénica macabra que, de forma extrema y retorcida, trataba de sacudir las conciencias de los nobles que acudían de público. Con este mismo espíritu y añadiendo una considerable carga política, la Compañía Obskené presenta un texto del francés Rémi de Vos que satiriza ideologías tan terribles como la extrema derecha europea, el fascismo, el racismo y el machismo. Desgraciadamente, sus buenas intenciones quedan atrapadas en una estética de casa de muñecas kitsch y un delirante sentido del humor obsesionado con la repetición y la caricatura. De este modo, a pesar de la entrega de su reparto, el montaje consigue poca cosa más que ridiculizar la xenofobia, el rechazo al diferente y el populismo. En ningún momento, desarrolla un discurso, un mensaje o un análisis artístico o dramático de su contenido más allá de sus chistes de sexo y violencia o las reflexiones que pueda hacer el espectador por su cuenta. Por otro lado, su capacidad para hacer reír se va diluyendo según avanza la obra, del mismo modo que su simbolismo (la metáfora de la limpieza es bastante acertada) pierde intensidad a medida que va dando vueltas sobre lo mismo. Hay que aplaudir la voluntad de crítica incisiva de esta sátira, así como su deslumbrante concepción visual, pero la sensación que produce de sketch estirado le hace demasiado daño para resultar, en conjunto, un espectáculo satisfactorio.
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