Un dramaturgo puede colocar su obra en el escenario que más le plazca, pero seguramente hay pocos que hayan escogido uno de tan original como este: el techo de la Capilla Sixtina. Y no es que tengamos como protagonista al autor de tan memorable fresco, el renacentista Miquel Àngel, sino que por los andamios se pasean dos artesanos especializados en pulir paredes y reproducir los esbozos de un artista que destacaba más como escultor que como pintor. Tanto Lapo como Loti, dos curiosos personajes, no paran de criticar y ridiculizar a su supuesto mentor y añoran trabajar para Rafael o para Leonardo, a quienes consideran auténticos genios. Bien es verdad que la obra tiene el mérito de poner el foco en personajes anónimos de la historia, de aquellos que están a la sombra de los más grandes y que participan de obras maestras muy populares sin que nunca más se vuelva a hablar de ellos. La lástima es que al texto -obra del actor británico Nigel Planer– le cuesta salir de la anécdota y profundizar en los personajes, sus relaciones o sus anhelos. Es cierto que hay un intento de hacerlo, pero en mi opinión no es suficiente como para elevar la metáfora o construir una dramaturgia potente. Lo que hay que destacar, sin embargo, es el trabajo de Pau Ferran y de un recuperado Oriol Grau, al que vemos menos de lo que desearíamos por los escenarios de Barcelona.
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