Podría parecer, una vez leída la sinopsis de esta obra, que estamos ante una propuesta de una intensidad dramática difícil de digerir. La historia de la trabajadora de un planetario a la que diagnostican una dolencia degenerativa que la dejará ciega es, sin duda, un material tan interesante como delicado. Pero nada más lejos de la realidad. El gran valor de este montaje es conseguir aligerar la carga de su premisa para hacerla asumible por el espectador sin frivolizar, banalizarla o restarle ni una pizca de su profundidad. Como ya ha hecho otras veces, Míriam Iscla vuelve a demostrar su inmenso talento interpretativo para emocionarnos con las preocupaciones y angustias de esta mujer en plena crisis existencial que tiene que hacerse cargo de la nueva situación, además de encontrar la manera de explicárselo a su hija pequeña. El pieza atraviesa inteligentemente todas las fases del duelo a lo largo de un monólogo repleto de belleza, tristeza y vitalidad. Esta peculiar mezcla entre fatalidad, pinceladas humorísticas, humanismo, ciencia y reflexiones filosóficas resulta una experiencia cautivadora, donde padres e hijos se podrán sentir identificados. Pero más allá de la parte personal, la ceguera en Abans que es faci fosc funciona como una metáfora fantástica del ser humano, puesto que, en cierto modo, todos estamos ciegos ante nuestro destino y el del universo. Y no es fácil lidiar con ello.
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