Hera se casa con Zeus y nos invita a todos a la fiesta, junto con Afrodita, Dionisio, Ares y Hades. Una reunión de divinidades que promete una fiesta eterna pero que también esconde engaños, traiciones, infidelidades y luchas internas. Con esta premisa, Marc Artigau nos quiere hablar del abuso de poder, y ya no solo en la Grecia clásica sino también en nuestros días… y a todos los niveles. Es por eso que se habla de redes sociales y el escenario se transforma en una sala de baile, ya desde antes de la entrada del público.
Como todas las fiestas, a veces el desmadre se excede y puede acabar arruinando la noche. Aquí es quizás el exceso de temas, ideas y estilos lo que hace que las espectadoras y los espectadores se pierdan en un batiburrillo de curiosidades, punteadas siempre con música electrónica y el baile de los seis intérpretes. Y por si fuera poco, también se añade un juego metateatral en el que los Dioses juegan a hacer de humanos y preparan una obra; justamente la que se presenta ante nuestros ojos.
No se puede negar que el montaje tiene un atractivo que te atrapa y no te deja. Desde las primeras interpelaciones al público hasta el falso saludo final, no dejamos de acompañar a los personajes en todas sus desventuras… aunque a veces sean tan inverosímiles como la fiesta que les rodea. Supongo que la interpretación entusiasta de todo el reparto acaba consiguiendo el hito. Un hito que acaba demostrando lo que más interesa, que no es otra cosa que la existencia de espectáculos arriesgados y completamente diferentes a todo. Quizás el resultado se pierde entre demasiadas cosas… pero el camino está, y un día seguro que nos llevará a lugares fascinantes.