Hace unos días no cabía ni un alma en la Sala Hiroshima para disfrutar de [Kórps], pieza ideada y dirigida por Miquel Barcelona y ejecutada por cinco bailarines -Helena Gispert, Martí Güell, Junyi Sun, Marc Vilajuana y el propio Barcelona-. Seguramente uno de los motivos de este abarrotamiento era el fascinante punto de partida: la celebración de una suerte de danza macabra, de ritual coreográfico de la muerte que pivotaba sobre la simbología del cuervo, así como de otras tanáticas tradiciones folclóricas.
Y como buen ritual de muerte la fuerza siempre se encuentra en el grupo. Los bailarines apenas se aislaban, generando una especie de duelo rotundo, físico y agotador que parecía transmitirnos esa desesperación de la comunidad por fortalecerse ante las ausencias. Con el escenario prácticamente a oscuras y una apuesta lumínica y acústica sobria, la concentración se trasladaba a las carreras en grupo, a los corales cantos de sibila, a los circulares flick flocks capaces de trasladarnos a un estado de trance.
Sin embargo, a pesar de la potencia simplicidad de las imágenes, destacando los dos solos con instrumentos metálicos de percusión, la propuesta se movía más cómodamente entre lo esteticista que lo visceral. Los cuervos y la muerte aterran. Los duelos, las plañideras y los gestos de piedad están salpicados de pathos, de movimientos estomacales, de tics nerviosos. Nada de eso sentimos algunos que contemplamos a esos cuervos.