Rey Lear son muchas obras dentro de una sola. Para muchos, es una especie de Biblia o incluso, como decía Pasqual, «la catedral del teatro». La compañía Atalaya, bajo la dirección del siempre eficiente Ricardo Iniesta, ha optado por reducir el texto y dejarlo en unos 100 minutos. Por un lado, se agradece la reducción en estos tiempos de pandemia sin descanso, pero por otro lado se pierde parte de la poesía del texto, y la Biblia de la que hablábamos queda excesivamente troceada. De hecho, Lear pierde protagonismo y la historia de Gloucester y sus hijos la gana hasta convertirse casi en el eje de la trama. Además, la sucesión de muertes de la parte final se reproduce a una velocidad que incluso puede resultar cómica para quien no la ve venir… Pero, a pesar de todo esto, el espectáculo tiene otras muchas virtudes que ahora pasaremos a analizar…
Lo que más destaca de esta producción de la compañía andaluza es su parte estética. Podríamos decir, en este sentido, que estamos ante un montaje modélico, en el que la sencillez y una perfecta ejecución se convierten en protagonistas. Solo con unas cuántas mesas o tarimas y un cuidadoso trabajo de iluminación se muestran, de forma bellísima, todos los escenarios de la pieza. También juegan un papel importante la música y el vestuario, consiguiendo un envoltorio que ayuda a las escenas importantes y que refuerza los efectos y las partes más dramáticas.
En cuanto a la parte interpretativa, Iniesta recurre a unas interpretaciones más bien expresionistas, donde tiene mucha importancia el cuerpo, el movimiento y la parte externa. Se supone que todo esto tiene unas consecuencias en lo que sienten y viven los personajes, pero también hay que decir que algunos actores lo consiguen y otros se quedan en el intento. Tal como ya pasaba en Madre Coraje, vista hace pocos días, destacan por encima del resto Marga Reyes y Lidia Mauduit como Lear y el Bufón, respectivamente.