¿Qué raíces tiene el miedo al otro, al que es diferente, y qué relación tiene ese temor con los populismos que sacuden el planeta? Nos lo cuenta a través del espectáculo Wakatt Serge Aimé Coulibaly, un creador apadrinado por Alain Platel, situado entre África y Europa.

Están de camino o acaban de llegar, y son diferentes. Son “los otros” y, si creemos lo que algunos líderes nos dicen, quizás nos roben, nos quiten el trabajo o nos echen de casa. Es el resultado del discurso de estigmatización de las minorías que, en Europa o en América, han empleado un buen número de populismos sin ningún escrúpulo a la hora de manipular a la opinión pública. Utilizan un discurso que se parece mucho a lo que la mayoría querría escuchar, independientemente del grado de verdad que contenga, y que no pocas veces genera violencia. ¿Es natural esa violencia que algunos consideran parte de la condición humana? ¿Es normal que no nos guste lo que no conocemos? Consideramos que tenemos que restringir, cerrar o controlar territorios para protegernos de esos recién llegados que no conocemos y, así, nos entregamos a un sentimiento de amenaza, limitamos las oportunidades de intercambio y construimos muros y vallas, ya sean físicas o psicológicas.

En Wakatt (un título que significa “nuestro tiempo” en la lengua mossi de Burkina Faso), Serge Aimé Coulibaly sigue analizando con espíritu crítico el mundo de hoy, después de montajes en los que se preguntaba sobre el compromiso individual y sobre el desprecio que proyectamos hacia los pueblos migrantes. Ahora, este artista entre dos mundos, que se formó con grandes de la danza como Alain Platel o Sidi Larbi Cherkaoui, hace referencia, con el lenguaje de la danza y la música, a ese miedo a los demás mediante una lucha de cuerpos que se mueven juntos en escena, en busca de un futuro más abierto, más generoso y más inclusivo. Y es que los espectáculos de Serge Aimé Coulibaly y Faso Danse Théâtre, la compañía que fundó en 2002, contienen siempre un mensaje positivo y abren una puerta a la esperanza.

El espectáculo juega con los movimientos sincronizados de grupo y con la individualidad para expresar la necesidad de la implicación personal y del redescubrimiento de la propia humanidad en un mundo que ya no sabe qué es verdad y qué es mentira ni dónde están el bien y el mal. Música y coreografía protagonizan un intercambio constante durante el espectáculo: una música que suena sin interrupción y que firma el músico Malik Mezzadri, un flautista y músico de jazz francés nacido en Costa de Marfil que no solo posee una técnica inusual sino también un estilo exuberante en el que hace cantar y chillar a su flauta, creando unos sonidos que parecen venir de otro mundo y que tres músicos (entre ellos, el propio compositor) interpretan en directo en escena.

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