Röbota (servitud)

La ciencia ficción encuentra formas de innovación cada vez más interesantes en las salas pequeñas. Angelet utilizaba el morro de un coche, Cedó se recreava en una habitación de matrimonio y ahora Mar Pawlowski desnuda un espacio que solamente cuenta con dos frágiles cortinas blancas i una mesa austera para tratar una historia bonita y cruda a partes iguales. Si no fuera porque ya sabemos que se trata de una obra teatral, colaría como espacio de danza.

La compañía El eje és capaz de llevar a su terreno una propuesta instalada en un futuro humillante que, de tan lejano a nosotros, termina siéndonos tremendamente cercano. Ellos mismos lo etiquetan de «thriller trágico, distópico, futurista y heterofóbico». Cuatro pilares sobre los cuales construyen el triángulo amoroso que separa a Broto (Eric Balbàs) de Palía (Marc Ribera) y Eva (Maria Hernández) en tres grandes actuaciones de una exigencia y entrega eminentes. És también destacable el cuidado que demuestra la narración a la hora de incrementar su intensidad, llegando a episodios de auténtica abstracción y éxtasi. Una narración que se combina con un acertado tratamiento de escena que contrasta el cyberpunk y las gorgueras renacentistas, sumado a un trabajo brillante de Irene García, «La Quebrá«, de construcción de las dinámicas psicomotrices particulares de cada personaje y a una iluminación y propuesta audiovisual vigorosas.

Röbota (servitud) es un homenaje encubierto al valor mutable y posesivo que damos al individuo y a aquello que amamos, ideal para todos aquellos espectadores que necesiten salir del teatro con más preguntas que respuestas. Un espectáculo que beve del universo K. Dick con reminiscencias Mery Shelley. Una obra con la voluntad de conducir la ciéncia ficción, a través de una propina conclusiva añadida después del tercer acto, hacia la tragédia más shakespeariana, invocando la vergüenza de un público desorientado que comprende que lo que ve, en el fondo, es el producto terminal de las carencias que arrastramos en la sociedad actual.

Mar Pawlowsky, ens presenta la seva primera obra escrita: Röbota, un distòpic futur on l’Eva ha d’enfrontar-se als seus obscurs desitjos. Una societat on les relacions heterosexuals estan prohibides per culpa de la sobre població.

A partir d’una escenificació futurista, amb un joc de dues cortines blanques, la companyia El Eje ens planteja una posada en escena amb un moviment corporal molt característic. És en les escenes claus on els protagonistes són els cossos i no les paraules. Una actuació molt destacable d’Eric Balbàs, dins la pell (si és que tenen) d’un robot.

Maria Hernandez ens porta fins a un final tràgic, carregat de crítica, on la gent comença amb aplaudiments secs carregats d’emocions i dubtes; escèptics. Un epíleg que busca la destrucció d’aquest aparent futur, esquitxat de molt present.

Què passa quan converteixes les persones en objectes? Quina és la concepció que tenim de l’amor? Una aposta atrevida, per l’escassetat de ciència-ficció al món teatral, però molt ben resolta i necessària.

La compañía El Eje vuelve a la carga con esta reflexión sobre las dinámicas de poder que se generan en las relaciones sentimentales. Para ello viajamos a un futuro distópico donde el estado y las multinacionales tienen un control total sobre la privacidad de los individuos, donde la capacidad de satisfacer los deseos ajenos y la productividad son los pilares que marcan el valor de las personas. Al más puro estilo de Blade Runner, Roböta (Servitud) también plantea una reflexión sobre el límite entre lo humano y lo artificial. ¿Qué es lo que nos define como seres humanos y nos diferencia de las máquinas? Las emociones, el amor y su consecuente sufrimiento, he aquí el tema central de la obra.

Cabe destacar el sutil trabajo de dirección de Mar Pawlowsky, quien además también se estrena en el papel de dramaturga. Es admirable la progresión emocional que logra en sus personajes desde el comienzo hasta el final de la obra. Además, los intérpretes hacen un trabajo corporal remarcable que ayuda mucho en esta progresión. Arrancan con unas interpretaciones casi reprimidas, sin humanidad alguna, signo de la sociedad represiva que habitan. El final, sin embargo, está cargado de la energía, pasión y brutalidad tan características de esta compañía. Los personajes se van humanizando conforme avanza la trama hasta llegar a un final propio de una tragedia griega.

La atrevida apuesta estética, a medio camino entre lo clínico y lo étnico, es la guinda final de esta obra que es capaz de mantenerte alerta desde el principio hasta el fin. Una preciosa reflexión sobre la evolución que podría tomar el concepto del amor en una sociedad de tecnocapitalismo desenfrenado.

Los aficionados a la ciencia ficción pueden estar de enhorabuena, ya que, cada vez más, el mundo teatral se está atreviendo a abrazar el género con menos prejuicios. En esta ocasión, es Mar Pawlowsky la que se suma, en su debut como dramaturga, a voces como las de Sergi Belbel, Marc Angelet, Clàudia Cedó o Roc Esquius, entre otros, para imaginar un futuro distópico desde una visión crítica del presente. De este modo, en este interesante nuevo espectáculo de la compañía El eje, abordan una historia sobre el amor y la libertad en tiempo de un capitalismo feroz, muy influenciada por series como Westworld (la inteligencia artificial), The Handmaid’s Tail (la mercantilización de las personas) y Black Mirror(la tecnología como una amenaza). El resultado es un mesurado, inteligente y terrorífico relato sobre la toxicidad de las relaciones amorosas, el sentimiento romántico de posesión y la peligrosa dualidad entre sujeto y objeto. Con una estética excéntrica pero efectiva, Roböta (Servitud) produce, desde su sencilla puesta en escena, un valioso malestar que removerá, incluso, a las conciencias más escépticas que pueden sentirse identificadas aunque no les guste reconocerlo. Por otro lado, en busca de connotaciones trágicas, quizás la pieza se excede innecesariamente en las formas durante su tramo final. Sin embargo, consigue una notable pureza narrativa con la que resulta fácil dejarse llevar, en especial, gracias al personaje de Eric Balbàs que, desde su cautivadora fragilidad, ofrece una de las interpretaciones más conmovedoras del teatro independiente de la temporada.