Érem tres germanes

Chejov estrenó “Las tres hermanas” en 1901. En la Rusia prerrevolucionaria y en un pueblo de provincias, la familia Prozorov recibe habitualmente a los militares destacados en este lugar lleno de aburrimiento y nostalgia y cuyos personajes desean marcharse a un lugar mejor. Como dice Irina en un momento de la obra, “la vida nos ha ido ahogando como las malas hierbas”. Moscú es el sueño insatisfecho de muchas frustraciones.

Tuve ocasión de ver esta obra la temporada pasada bajo la dirección de Julio Manrique con un gran despliegue de medios y todos los personajes al completo. Asistimos ahora a una muestra minimalista reescrita por Sanchís Sinisterra y dirigida per Raimon Molins. Es  una pieza deliciosa que con el título “Éramos tres hermanas” ya nos transmite la nostalgia, incluso la pérdida de su recuerdo cuando ellas no existan.

La originalidad de esta obra te sorprende desde el principio. El cielo está cubierto de estrellas y una casa de muñecas de gran tamaño a un lado del escenario construida por Kike Blanco va recreando las escenas de la obra. Vamos de sorpresa en sorpresa con la utilización de las nuevas tecnologías que proporcionan la información, el encanto y el misterio que necesita la obra de Chejov. Las herramientas digitales utilizadas por  Joan Rodón sorprenden agradablemente. La proyección de imágenes en directo capturadas por una cámara que forma parte de la escenografía no es un recurso nuevo pero en este caso la elegancia de los movimientos de las imágenes y la proyección de las mismas en la pared del espacio escénico proporcionan una gran espectacularidad. La apuesta era arriesgada pero está resuelto con mucho acierto.

Ellas tres son las tres hermanas de la familia. Olga, serena y contenida es Anna Roy, Maixa, temperamental e insatisfecha es Ona Borràs e Irina, la más joven y a la vez la más inquieta y soñadora es Júlia Genís. Les tres están inmersas en su papel y su actuación es brillante, espléndida, de una profesionalidad propia de actrices con años de experiencia. Van intercalando conversaciones con otros personajes de la obra que no están en escena: su hermano Andrei, Verschinin teniente coronel de una batería, Kuliguin el marido de Maixa,  Solionii, Tusenbach que había estado enamorado de la madre y ahora se quiere casar con Irina, la mujer de Andrei, Nataixa, que poco a poco y sin ningún encanto,  se va haciendo con el poder de la casa, el barón Nikolai o el resto de militares.

No hace falta haber visto o leído la obra. La adaptación de Sinisterra y la gran capacidad interpretativa de les actrices hacen transcurrir el texto sin que el espectador tenga que hacer ningún esfuerzo para situarse.

Una deliciosa obra que hay que ver esta temporada.

Érem tres germanes, dirigit per Raimon Molins, és un muntatge delicat que cuida els detalls amb les melodies de piano en directe, amb l’espectacular maqueta de la casa familiar dels Prózorov, amb els plans de vídeo i projeccions de fons i, sens dubte, amb les interpretacions d’Anna Roy, Júlia Genís i Ona Borràs, acompanyades en segon terme per Carles Roig, que fa també d’operador de càmera.

José Sanchis Sinisterraes signa una adaptació del clàssic d’Anton Txékhov en què les famoses germanes russes, aquesta vegada soles dalt de l’escenari, s’enfronten a tot allò que enyoren, que temen i que desitgen en poc més de seixanta minuts. L’espectador pateix amb elles com les renúncies, que es fan inevitables a mesura que evoluciona la trama, posen seriosament en perill la felicitat de cadascuna.

La història de les tres protagonistes, però, queda tan reduïda a l’essencial que aquesta mateixa essència de l’obra original en què s’inspira el text de Sanchis es perd pel camí. Els personatges es veuen obligats a evolucionar tan ràpidament que, si l’espectador no en coneix el referent directe, ha d’esforçar-se per empatitzar amb unes dones que no acaben d’encaixar en el temps; si el coneix, en canvi, queda decebut per la poca profunditat que traspua l’adaptació exprés del conflicte i de les emocions.

Una casa familiar en una población marcada por un asentamiento de militares, que vienen y van. Hay vida porqué hay movimiento, pero pronto todo esto quedará quieto para siempre jamás. Olga, Irina y Maixa son tres hermanas que después de la muerte de su padre se han hecho cargo de la casa y también de atender a los invitados en cada celebración hecha tradición. A su alrededor reaparecen amigos, oficiales y personas no muy bienvenidas. Las tres tienen anhelos que saben son muy difíciles que se cumplan. Olga desea encontrar un marido y tener su propia familia; Irina no puede esperar la hora de volver a Moscú y reencontrarse con su niñez, cuando era feliz; y Maixa apática con su vida marital, busca una ilusión que la haga volver a sentirse viva. La muerte de su padre desencadenó, en cierta manera, su derrota vital.

Esta producción tiene una puesta en escena preciosa, delicada y muy audiovisual que ayuda a trasladar un relato coral a solo cuatro personas de manera magistral. El juego de cámaras, planos, iluminación y proyecciones contextualiza este texto complejo, con un sello innegable de Chéjov, que muestra infinidad de puntos de vista. Así, en una casa en miniatura que preside el escenario, podemos ver aquello que nos explican los personajes sin necesidad de ponerlo todo en escena. Un montaje imprescindible para poder recortar un texto largo que con solo tres personajes sería muy difícil de fidelizar de la esencia original.

La conexión entre Anna Roy (Olga), Júlia Genís (Irina) y Ona Borràs (Maixa) y sus tres hermanas es muy especial y eso ayuda a resolver algunas faltas del texto que lo hace pesado y denso a veces. Cuesta entrar en el mundo de Chéjov unas cuantas escenas, es difícil que la espectadora se ubique has que el relato ya está bastante avanzado para saber dónde colocar las piezas. Aún con la ayuda audiovisual, el texto inicial no tiene un hilo claro que siente las bases para un buen entendimiento desde el principio. Una vez superado este escollo e inmersa en el mundo que está creando toda la puesta en escena, el viaje es placentero y bonito.