Tras el éxito de No es país para negras, Silvia Albert presenta Blackface y otras vergüenzas V.3, una revisión crítica de las representaciones racistas que han atravesado la cultura española desde el Siglo de Oro hasta la fecha. Del 18 de diciembre al 4 de enero, en la sala Periferia Cimarronas, la actriz, dramaturga y directora vuelve a sacudir a unos imaginarios que todavía llamamos “tradición”. Hablamos con ella sobre identidad, mirada escénica y responsabilidad cultural.

Sílvia Albert Sopale
¿Quién es Sílvia Albert?
Me llamo Sílvia Albert Sopale. Destaco el apellido de mi madre porque, si no, no se me identifica. Nací en San Sebastián, hija de una bubi de Guinea Ecuatorial y de un igbo de Nigeria. Soy madre, pareja y actriz. Y soy una mujer inquieta que se mete en muchos líos.
Actriz casi lo dejas para el final.
Sí, porque realmente creo que ha sido de las últimas cosas que han llegado a mi vida. Yo me formo como actriz en el 98, termino la licenciatura en 2002 y, desde ese momento, han sido otras cosas las que me han ido moviendo por la vida. Tenía otras inquietudes. Trabajé de camarera, de regidora, en una línea erótica… Experiencias vitales, al fin y al cabo. Me fui a Londres y acabé trabajando en Grecia, de animadora.
Cuando estudié teatro no sabía qué tipo de teatro me gustaba, pero sí que aprendí todo el teatro que no me gustaba. Así que hice otras cosas, viví… Te diría que hasta hace dos años no vivía exclusivamente del teatro. Fui madre, me volví más inquieta y más activista. Entre comillas, porque “activista” es una palabra muy grande. El teatro es la única profesión en la que no soy una intrusa.
¿Y todavía ahora no te consideras activista?
Activista dentro del teatro, sí. Pero la palabra “activismo” es muy grande y, a veces, noto que ha perdido fuerza: todo el mundo es activista en las redes sociales. Para mí, ser activista implica una dedicación mucho mayor: entender la lucha, la colectividad, los objetivos, y también la trayectoria de cada cual. Y yo hago activismo en el teatro, hablo de racismo en el teatro. Y, como me ven negra, muchos creen que puedo hacerlo todo: me piden que dé charlas sobre feminismo negro, y no. Soy feminista, sí, soy negra, pero no soy especialista en ese campo. Y hay otras mujeres negras feministas que sí lo son.
Desirée Bela dice también que cada una habla de lo que conoce.
Claro, pero es normal ese deseo de querer hablar de todo, de gustar a los demás. Es humano. Pero no puedo centrarme en todo a la vez, eso hace que me pierda. Aunque quizá de aquí a tres semanas le respondo a alguien que sí soy activista (ríe).
«Si ponemos mirada feminista y antirracista en cuestiones políticas, también debemos hacerlo en cuestiones culturales»
Cuando estudiaste teatro, no te gustaba lo que veías. Hoy hablamos cada vez más de mirada feminista en la educación, también en la teatral, pero nos olvidamos de que nuestro discurso educativo es puramente eurocéntrico y blanco. ¿Cómo lo cambiamos?
Es cuestión de ponerle conciencia, de ver en qué fallamos. Lo que hace el feminismo me parece perfecto, y podemos aplicarlo exactamente igual a la lucha antirracista y a las necesidades étnicas. ¿Qué autores existen, aparte de los autores europeos blancos que ya conocemos? ¿Qué narrativas? ¿Por qué el teatro latinoamericano se considera casi de segunda, salvo excepciones blancas? Y no hablemos ya del teatro africano, del que casi no se conoce nada, excepto cuando se recurre al exotismo.
Las escuelas tienen que empezar a trabajar esto. Si aplicamos una mirada feminista y antirracista en cuestiones políticas, también debemos hacerlo en cuestiones culturales. Podemos empezar a investigar para descubrir estas nuevas miradas.
También hay que romper con la idea de que las mujeres negras o los hombres negros solo pueden hacer personajes negros; abordar por qué las personas racializadas solo pueden ejercer esos roles. Esto sigue pasando en el Institut del Teatre. Ya desde estudiante te encasillan, y no olvidemos que ese racismo también lo aprenden los futuros directores de teatro.
En otros países hay experiencias enriquecedoras. En Estados Unidos triunfan los musicales de Lin-Manuel Miranda, o la Royal Shakespeare Company incluso montó Hamletcon un elenco negro. ¿Son modelos a seguir?
No hay un modelo correcto. Creo que es interesante conocer los distintos modelos y, desde ahí, construir el nuestro, porque la historia de España no tiene nada que ver con la de Inglaterra. Aquí hay una ignorancia absoluta sobre nuestro pasado: la corresponsabilidad con la esclavitud, con las colonias. Sigue habiendo un racismo muy naturalizado.
Tampoco, como mujer negra, me tiene por qué servir el modelo americano. Y que conste que “We love Angela Davis”, ¿eh? Pero miremos las diferencias entre negritudes. No es lo mismo ser yo, nacida en San Sebastián; o Yolanda Sey, de Vic; o Karo Moret, nacida en Cuba; o Remei Sipi, nacida en Guinea Ecuatorial. Somos cuatro mujeres negras compartiendo espacio y tiempo, pero con historias, influencias y necesidades diferentes. Estamos hablando de algo complejo que —como dice Karo— merece ser tratado en el teatro con esa misma complejidad.
A raíz de la polémica del reparto de Àngels a Amèrica en el Teatre Lliure, formamos un colectivo que se llama Tinta Negra, y estamos discutiendo todo esto. Estamos investigando qué pasa en otros países, qué ha funcionado y qué ha fallado. ¿Funcionan las cuotas? No lo sé. Hay que analizarlo.
Existe el miedo a que os encasillen en ciclos de “teatro racializado”. Has pasado muchos años haciendo tu anterior espectáculo, No és país para negras, pero no ha llegado a las grandes salas comerciales. Y en España hay más de dos millones de personas afrodescendientes.
Y ahí estás excluyendo a quienes están en situación irregular. A los manteros, por ejemplo. Si sumamos a las personas minorizadas —latinos, árabes…— el porcentaje de gente no caucásica aumentaría muchísimo. En cuanto al espectáculo, lo hicimos en el Teatro del Barrio, en Madrid, también hemos llegado a espacios como el Off Latina o la sala Fènix. Los números salen; si no, no me programarían. Las salas siempre hablan de crear nuevos públicos, pero ¿qué hacen para conseguirlos?

‘No es país para negras’
Cuesta romper la lógica del programador, que piensa en dinero y que ve que el público objetivo puede tener menos capacidad económica.
El público objetivo es muy amplio. La obra no solo interpela a la comunidad racializada, sino también a las personas aliadas, y puede interesar a cualquiera a quien le guste el teatro. Me pregunto: ¿cuántos programadores han visto la obra? En Barcelona, una sala temía que el público ya estuviera cansado de verla y, después de esa respuesta, hicimos más de diez funciones agotando localidades. Aunque está fuera del circuito, fuera de la forma de hacer “teatro catalán”. Quizá yo soy más directa, más cruda, más política.
Pero es algo que también puede hacer Alberto San Juan.
Sí, pero él no lleva la etiquetita, y todas sabemos por qué. La gente opina porque no ha visto la obra. Una gran parte del sector teatral no ha venido. Creo que la obra solo tiene una crítica “oficial” y varias opiniones.
Como dos burbujas: el teatro blanco y la burbuja en la que te sitúas tú.
Sí, soy periférica en mi día a día por el hecho de ser mujer negra, y periférica por el tipo de teatro que hago. Pero es el teatro que me gusta, me gusta esta confrontación. Y tened presente que, desde mi burbuja, yo sí soy muy consciente de la existencia de la suya, de cómo funciona. Pero no pasa al revés. Hablamos de racismo, de machismo, de abusos. Sí.
Pero esta entrevista se publica en un medio leído mayoritariamente por blancos. También hablamos de teatro desde medios con mirada eurocéntrica. ¿Cómo mezclamos las dos realidades?
Bueno, lo importante es que deis este paso, que seáis valientes. Lo que yo hago no deja de ser teatro: hay un código teatral, una puesta en escena. Hay que salir de la zona de confort. Pero No és país para negras o Blackface también son lugares seguros, que no se preocupen.

‘Blackface y otras vergüenzas V5’
Lo dices como si las obras no fueran de aquí.
Sí, es curioso ahora que me lo dices. Pero hasta que una persona negra no entra en tu círculo íntimo, no empiezas a ver ciertas cosas. Podemos ser compañeros de trabajo sin que exista un vínculo ni un interés real por sus vivencias. Pero el antirracismo es una cuestión de todos, no solo de quienes sufrimos racismo.
Sí, pero hay diferencias en cómo vive una obra tuya el público blanco y el no caucásico. Tú haces chistes racistas en tus espectáculos, y los blancos se ríen, y los negros lo perciben desde el dolor y la violencia.
Es el debate eterno: el de los límites del humor. Porque, hasta ahora, solo unos cuantos se han estado riendo, y ahora empezamos a cambiar. “Oye, tú, deja de reírte de mis miserias y ríete de las tuyas”. Porque yo puedo reírme con un amigo blanco de según qué cosas, porque es mi círculo estrecho de confianza y respeto; pero si en la calle o en espacios públicos te ríes para humillar y marcar diferencias, ahí es donde está el problema de tu sentido del humor.
Cuando todos tengamos los mismos derechos, entonces ya podremos reírnos todos de todo. Yo, en la obra, hago el chiste racista y los blancos se ríen, pero luego les suelto la hostia en la cara y lo entienden.
Aunque admito que hay veces en las que algunos blancos se ríen sin hacer luego la reflexión. Hay un momento en que canto la canción del Colacao, y hay ocasiones en que el público —muchas veces adolescente, que ni la ha visto en la tele— la canta a coro y se la sabe de memoria. Es racismo aprendido. Esto me ha servido para darme cuenta de que la obra está viva, y de que tengo que hacer cambios para adaptarme y buscar esa reflexión en el público. Y también muchas personas negras se ríen durante la obra, porque les pasa a ellas, les ha pasado, y porque reír es terapéutico.
¿Cómo viven el resto de comunidades racializadas tus espectáculos?
Mira, una vez vino a verme Chenta Tsai, en Madrid, y escribió sobre ello en su columna en El País. Sobre la necesidad de incomodar y de sentirse incómodo. En Barcelona ha venido a vernos mucha gente de la comunidad gitana, asiática, marroquí… incluso chavales de 13 o 14 años, que aún hoy me dicen que se ven reflejados en muchas de las vivencias que yo tuve y que cuento aquí.
«Obras como las que hago pueden ser una herramienta para todas las etnias y todas las personas que han sufrido discriminaciones»
Interpela, en definitiva, a cualquiera que haya sufrido una discriminación.
Sí, aunque intentamos evitar la comparación. Cada discriminación es diferente. En los coloquios, cuando hablamos sobre el racismo que sufrimos las personas negras, a veces me dicen que en España no hay racismo, porque para ellos racismo equivale a agresión física. Entonces es cuando menciono a la comunidad gitana, y se quedan en silencio. Y ahí se les viene todo encima, porque ya no pueden defender que es porque son extranjeros, ni buscar una excusa. Y les digo que lo llevan sufriendo mucho tiempo, que hace muchos años que están aquí.
Creo que obras como las que hago pueden ser una herramienta para todas las etnias y todas las personas que han sufrido. Incluso para gente que sufre discriminación por otras cuestiones, por sus capacidades físicas. Creo que estamos generando cosas, dialogando.
De diálogo ha habido mucho en el sector teatral… ¿Crees que eso ha servido de algo?
Yo creo que sí. Sirve para cambiar las miradas, para plantearse qué está pasando, o si están siendo excesivamente eurocéntricos. Hay quien no quiere perder espacios de privilegio, y es comprensible: están muy cómodos así. Pero se está hablando de qué tipo de teatro queremos.
Las feministas ya han empezado a entender la interseccionalidad, están cediendo espacios de poder para que nosotras, como mujeres racializadas, podamos aportar a la lucha feminista y a la lucha antirracista. Eso es fantástico.
Falta pasar a la acción, dejar la reflexión y empezar a cambiar cosas de verdad.
Sí, pero que pasen a la acción todos, ¿eh? Todos los teatros, quiero decir. A veces algunas tenemos fijación con este teatro en concreto, pero, oye, también pondremos el foco en los demás, no solo en los públicos. ¡Es que son tantos los errores que se han cometido!
Cuando dices que este no es un país para negras, muchos blancos se enfadan y dicen que sí lo es. Y ponen de ejemplo a personas negras que han ganado concursos de televisión, como si ese hecho anecdótico fuera la realidad de toda la comunidad.
Claro. Pero pensemos: ¿qué se quiere conquistar? ¿Cuáles son los espacios de conquista? No son ni un concurso de televisión ni una cartelera. No se trata de que yo consiga trabajo como actriz, sino de que el fontanero, la barrendera o la doctora también lo consigan. Que se respeten los derechos de quienes están en la frontera sur.
Está muy bien que una persona negra gane un programa, pero la gente sigue muriéndose en las fronteras, hay deportaciones en caliente, se deniegan pisos a las personas migrantes.

Reparto de ‘Is God Is’ de Aleshea Harris (EE.UU.), con traducción y dirección de Denise Duncan (lectura dramatizada en la Sala Beckett, mayo 2025)
¿Hay miedo a que la lucha se quede ahí? “Yo ya tengo mi visibilidad, dejo gente por el camino”.
Hay gente en la comunidad que va por ahí, está claro: cuyo activismo es, en realidad, una búsqueda de trabajo. De esto hablamos mucho en Tinta Negra. Que esto no es solo para nosotras: es para nuestras hijas y las hijas de las vecinas, las que quieran ser actrices y las que no.
Se trata de acercar una cultura. Y acercar cultura significa que haya un plan específico para que las personas que nunca han ido al teatro y que no tienen recursos puedan hacerlo. No es darles un 50 % de descuento: tienes que ir a sus espacios de socialización y hacerles saber que pueden ir al teatro.
Y además interpelarles con historias que les interesen.
Eso es lo principal. Porque, para ver las historias de siempre, que no hablan de mí ni me hablan a mí, pues qué quieres que te diga. Los jóvenes van al teatro con el instituto, y viendo lo que ven, es normal que no quieran volver.
Pero, por suerte, muchas activistas se han dado cuenta de que esto también es lucha de clases: que se trata de ceder espacios, bajar el volumen, para escuchar la voz de “las otras”. Porque voz ya tenemos: no necesitamos que nos la den, solo que nos escuchen.
Además, hay un doble discurso. Hacemos campañas como “Baltasar de veritat”, pero luego en televisión hay blackface constantemente.
Es que el racismo no se entiende. La gente cree que el racismo es que el Ku Klux Klan esté en la puerta de tu casa o que un grupo de skins te dé una paliza. Todo lo demás “no lo es”, se niega. En La Palma, un lugar donde me trataron maravillosamente y donde la gente es estupenda, tienen a la Negra Tomasa, un hombre blanco que se disfraza de mujer negra para el carnaval de los indianos, y hace blackface mientras el resto del pueblo se tira talco blanco y le toca el culo.
¿Cómo hago entender a esa gente, tan maravillosa y cariñosa, que vino a ver mi espectáculo, que lo que hacen luego con la Negra Tomasa es racismo?
Se interpreta como racismo solo lo que es malintencionado.
Correcto. Pero sigue siendo racismo igual. Y la gente se pone a la defensiva y se cierra en banda. Quizá tengamos que usar otra forma de comunicarnos, para decirles que dejen de hacer esas acciones, hacerles entender que tienen que cambiar si quieren evitar hacer daño. Igual que Vox está creciendo mucho porque tiene un discurso, nosotras también tenemos que lograrlo tocando otras fibras: las de la empatía.
Que yo, hombre blanco, te haga una entrevista solo sobre racismo, ¿es racista?
Hay quien dice que sí. A mí, personalmente, no me importa. Sería racista si le hicieras esta entrevista a Lucía Mbomio o a Desirée Bela, que saben de muchos otros temas además de este. Yo me siento cómoda hablando de esto, y quizá no de otros temas que no me interpelan o no me interesan.
Pero es interesante que te hagas la pregunta. Y que vayamos más allá. Que puedas ir a buscar a personas negras como expertas en otros temas, porque lo son. Igual que una feminista puede hablarte del cultivo de la patata en Asia, porque quizá sabe del tema. Las negras no solo sabemos de racismo.
¿Y cómo trasladamos el ciberactivismo a la realidad? Da miedo que discursos tan interesantes como el de Desirée Bela se queden en una burbuja virtual.
Sé que Desirée está haciendo bastantes charlas y talleres… es una forma de llevarlo al día a día.
«Hay que dejar de narrar siempre las mismas historias, por mucho que las consideremos clásicas. Hay muchos vacíos que necesitamos llenar con otras historias»
Pero, ¿y en nuestro sector, el teatral? ¿Cómo pasamos del discurso, de lo simbólico, a cambios reales que mejoren las condiciones de vida de las personas?
Desde el colectivo lo estamos hablando, sí. Igual que existe un decálogo de buenas prácticas en el feminismo, podríamos generar un decálogo de buenas prácticas antirracistas y que todos los teatros y escuelas de interpretación lo aplicaran, y que las instituciones lo respaldaran con subvenciones.
Y, por favor, dejar de contar siempre las mismas historias, por mucho que las consideremos clásicas. Hay muchos vacíos que necesitamos rellenar con otras historias. Las que no se han contado. Llevamos aquí muchísimo tiempo y no estamos llegando. Tenemos que llegar.
En el espectáculo comentas que no tenías referentes afrodescendientes durante la infancia, aparte de tu entorno familiar. Pero ahora tú puedes ser un referente. ¿Te da vértigo esa responsabilidad?
Sí. Empecé creando esta obra buscando referentes para mi hija, y me convertí en uno. Vienen niñas jóvenes, me escriben, me hablan y me tratan como referente. Es una gran responsabilidad. Pero también exijo mi derecho a equivocarme, a ser incoherente, a meter la pata.
Por suerte, la responsabilidad se lleva bien porque estoy arropada por gente que responderá como pueda cuando la llame.
Aunque ya era hora. Estamos ocupando espacios: con Afroféminas en los medios, las Sey Sisters haciendo música, Denise Duncan escribiendo obras. Y yo no hablo en nombre de toda la comunidad negra: cuento mi experiencia, y otras tienen las suyas. Eso es la diversidad de verdad. Estoy preparada para que algún día las nuevas generaciones me digan “tú no me representas”. Porque trabajamos desde el diálogo constante, y no desde el liderazgo y el personalismo. Hoy estoy aquí y mañana podría no estarlo.
¿Y ahora qué? ¿Algún proyecto nuevo sobre la mesa?
Me gustaría hacer muchas cosas, también stand-up comedy, por ejemplo. Adoro a Trevor Noah, y me encantó lo que hizo en Netflix. Y, haciendo algo así, puedes llegar a un público que normalmente no ve teatro. Es una forma genial de transmitir: un lenguaje muy directo, con el que puedes cambiar paradigmas y sacudir un poco. Que para eso hemos venido.
Más información, imágenes sobre el espectáculo:
Toda la programación de la sala Periferia Cimarronas, aquí.
