Marc Salicrú, Raimon Rius, Maria Albadalejo, Ariadna Castedo y Bet Orfila hablan sobre la importancia de las profesiones que permanecen tras los escenarios
No se ven, pero están ahí. Sus nombres no aparecen en los carteles, pero ellos también realizan su parte del trabajo. Trabajan tras el escenario. Alguno intentó ponerse delante, pero eso no fue más allá del teatro de la escuela y el recuerdo de cuando uno fue pequeño. Les preguntan a qué se dedican, responden y entonces la gente tiene dudas y no entiende y normal que no sepa, porque cómo se sabe si se explica que el teatro es un actor y un público. Ellos hacen que todo funcione: que las luces sean las que toquen, que la música salga a tiempo, que la tela del vestido tenga el brillo y la caída necesaria, que el espacio remueva el estómago, que el dinero sea siempre suficiente . Hablamos de la escenografía, de la iluminación, del diseño de vestuario, de la concejalía o de la gestoría teatral, entre otros. Y no, sus nombres no aparecen en los carteles, ni siquiera en pequeño. Ellos son la cara “b” del teatro, los menos vistos, pero al mismo tiempo, las piezas clave para que siempre haya un día en el que pueda levantarse el telón.
Marc Salicrú es escenógrafo y acaba de estrenar el espectáculo de los Íntims Produccions en la Sala Beckett. Actualmente, está trabajando con el artista Jaume Plensa con la escenografía de Macbeth, que se estrenará en el Liceu en febrero de 2023; está preparando la gira de regreso de Antonia Font en el Palau Sant Jordi y en Mallorca; la vuelta de Europa Bull del colectivo Indigest, en el TNC; y la obra El Jardí, de Lluïsa Cunillé en el Centro de las Artes Libres. Estudió escenografía en el Institut del Teatre y cuando habla de la profesión lo utiliza dos palabras: juego e imaginación. «Mi trabajo es un juego donde tengo que imaginar y saber traducir unas ideas», explica.
A nivel escénico, Marc se define como «poco aterrizado», ya que le gusta moverse entre espacios poco tangibles donde «el espectador acabe de completar lo que estás haciendo». Dice hacerse pesado con la idea de descontextualizar el teatro. Es un vicio. “Me gusta forrar las paredes y romper con la idea preconcebida de que se puede tener que ir al teatro. Juego con una sensación inmersiva en la que queda difundida la línea entre el espectador y el escenario, donde todo forma parte de un mismo contexto”. Su aventura como escenógrafo consiste en generar mundos en los que coger al público y sacarle todo lo que lleva integrado desde casa y “sumergirlo en una burbuja donde no sepa qué pasa”.
Marc Salicrú: “La luz y la materia tienen un vínculo muy íntimo. Sin la materia no ves la luz y sin la luz no ves la materia”
Para Marc, la luz y el espacio no se entienden uno sin otro. “Cuando me imagino un espacio, está iluminado. Y cuando me imagino la luz, forma parte de un espacio por mucho desierto o infinito que sea”, explica. El iluminador Raimon Rius también concibe la luz y el espacio como un mismo conjunto que no pueden vivir separados. “La luz y la materia tienen un vínculo muy íntimo. Sin la materia no ves la luz y sin la luz no ves la materia. La escenografía, de hecho, tiene una parte tangible (muebles y volúmenes construidos) y una parte intangible: la luz”, comenta.
El interés de Raimon Rius por la luz fue accidental. Estudió pintura en la Lonja y para pagarse la carrera y el piso encontró un trabajo descargando camiones en el teatro de su pueblo, Vilanova y la Geltrú. De allí pasó a trabajar en el ámbito de la iluminación en la compañía de Toni Albà y Sergi López. Más tarde, entró en el Teatre Lliure, donde permaneció durante 20 años. Ahora, ha hecho Crim i Càstig al Lliure y combina el diseño de iluminación con la docencia en el Institut del Teatre.
“La luz nos permite comunicar sin pasar por el filtro intelectual, puesto que se trata de algo totalmente emocional y vivencial. Existe un vínculo muy estrecho entre el estado de ánimo y la iluminación”, explica Raimon. Su formación fue completamente autodidacta, los procesos salían de él de forma orgánica, como si nada, pero con el tiempo vio que todo lo que ya llevaba integrado seguía una metodología que ahora traslada a sus alumnos. Para él, la luz es un lenguaje y con ella “puedes visibilizar lo que está sintiendo el personaje en ese momento y puedes hacer que ese mismo sentimiento impregne todo el espacio”.
Raimon Rius: «La luz nos permite comunicar sin pasar por el filtro intelectual, es algo totalmente emocional y vivencial»
La escenografía y la iluminación son «trabajos muy intangibles», apunta Marc. Él se ve como una especie de vendedor de humo porque hasta que llega a la sala y prueba sobre el espacio lo que tenía en la cabeza, no sabe cómo irá. “En esta profesión estás hablando todo el rato y por eso es importante encontrar un equipo en el que haya confianza y no haya una duda constante. Éste es un trabajo de imaginación profunda. Cierras los ojos y creas. Es un juego de niños”, explica.
Tanto a Marc como a Raimon, a menudo, los confunden con técnicos, pero ambos quieren dejar claro que la escenografía y la iluminación son profesiones artísticas y creativas. “Los técnicos son las personas a las que trasladamos nuestras ideas para que las traduzcan. Su papel es esencial, pero distinto al nuestro. Para nosotros, la técnica es la resolución”, declara Marc. “En este país se ve al iluminador como el eléctrico que hace las luces, pero no es así”, defiende Raimon. Como docente, está viviendo una transformación de la enseñanza de la iluminación, en la que se pretende reivindicar su carácter artístico. «Antes, las asignaturas de iluminación se trataban desde un punto de vista más técnico y, sobre todo, estaban ligadas a una persona y ahora el equipo docente se ha ampliado y hay muchas más miradas».
A sus 25 años, Ariadna Castedo entró a trabajar en Gràcia Territori Sonor, una empresa de conciertos de música experimental que contaba con gente de la contracultura barcelonesa. Empezó siendo “la chica de todo”, pero sus formas de hacer rápidas, organizadas y resolutivas llamaron la atención de los de arriba y se le otorgó un nuevo título: regidora. Esa fue la primera vez que Ariadna escuchó aquella palabra. A partir de entonces se dedicó a estar presente antes de que llegara el artista, que estuviera listo el camerino y todo el material técnico que había pedido. Cuando todo estaba preparado, entonces daba su aprobación y la maquinaria se ponía en marcha.
Pero no fue hasta los 26 años que entró a estudiar en el Taller de Tecnología del Espectáculo, en Barcelona, y se adentró en la regidoria teatral. Después de 22 años dedicándose a ese sector, ya lo tiene bastante claro. En cuanto a muchos de sus amigos, la cuestión sigue sin resolverse. “El regidor teatral es la memoria del espectáculo. Es la persona que sabe lo que ocurre en todo momento y que debe velar para que cada función sea exactamente igual a la anterior tanto a nivel técnico, artístico como interpretativo. Somos los encargados de llevar el timón del barco”, explica Ariadna. «Además, el regidor es la única persona que tiene la potestad de parar el espectáculo».
Ariadna Castedo: «El regidor teatral es la memoria del espectáculo»
Antes de adentrarse en los estudios de regidoria, Ariadna estudió filología española en la Universidad Autónoma de Barcelona. Aunque el teatro la tiene enamorada desde pequeña, el cine siempre ha ocupado un lugar especial. “Me hubiera gustado mucho estudiar cine, pero los estudios eran muy caros y en mi casa no me lo podían pagar. Así que desistí”.
Además de regidora, Ariadna combina este oficio con la utillería, la ayudantía de dirección y la docencia en Concejalía Teatral en la escuela ESTAE. Para ella, la versatilidad es un aspecto esencial en esa profesión. “Contra más cosas sepa el regidor, mejor. Debe tener conocimientos de luz, de sonido, de maquinaria para poder entender el funcionamiento y los tiempos que necesita un espectáculo”. Cuando se trata de una empresa privada, al regidorle toca hacer un poco de todo: encargarse de la utillería, el vestuario… Mientras que en la pública, donde se dispone de más dinero, existe una mayor especialización en cada departamento y el regidor es regidor y bastante. “En el caso de los musicales, aunque se hagan desde una privada, no hago de útilera. Sería imposible teniendo en cuenta todo lo que debo hacer. ¡Me muero!”.
Ahora se encuentra inmersa en el musical Cantando bajo la lluvia, el cuarto montaje que realiza junto con Àngel Llàcer. A lo largo de su trayectoria profesional no han sido pocos los proyectos que ha encabezado en teatros públicos y privados de Barcelona (Teatre Lliure, Teatre Nacional de Catalunya, Teatre Romea…), en festivales como la Fira de Tàrrega o el Festival Grec de Barcelona y en giras por Europa y teatros de Madrid. Además, ha trabajado junto a grandes directores como Carlos Santos, Luis Pascual, Mario Gas, Magda Puyo, Carme Portaceli, Calitxo Bieito, entre otros.
De toda esta lista, el musical que está haciendo ahora es para ella el montaje más complicado con el que se ha encontrado hasta ahora, puesto que “tiene mucha gente en el escenario y se mueven muchas cosas a la vez, de las que he de estar pendiente sola”. Durante la función, su momento predilecto es cuando tiene la sensación de que lleva el ritmo de la obra: “Este trabajo es muy estresante porque tienes que estar por todo, pero ya me gusta. Si me retraso al cantar un cambio, todo el mundo irá retrasado y la función no quedará igual de bonita”.
Ser regidora supone tener los ojos constantemente abiertos y tener la mirada puesta en todas partes. Los puntos deben estar bien definidos y no puede quedar nada en el aire. En el caso de la gestoría teatral ocurre lo mismo. La organización y, en este caso, quizás también los números, son indispensable para conseguir que un proyecto llegue a ver la luz.
Bet Orfila es gestora teatral de la compañía teatral La Perla 29. Es licenciada en economía, ha trabajado en el Centro Dramático de Barcelona, en el departamento de cultura durante tres años, en el Teatro Nacional en el equipo de administración y paralelamente, se dedicó a llevar la gestión de pequeños espectáculos. En 2000 creó una asociación sin ánimo de lucro y ya más tarde, entró a formar parte de la creación de La Perla 29.
“En La Perla 29, mi trabajo consiste en llevar los presupuestos anuales y buscar todos los recursos para que el proyecto se pueda financiar, coordino el equipo –14 fijos entre técnicos, producción, comunicación y administración – y también me encargo del control general de todas las producciones que hacemos”, explica. Además de la compañía teatral, también lleva una gestoría especializada en gente que realiza actividades artísticas. Este espacio es conocido como Paso 29.
Bet Orfila: «Me gusta ver cómo todo lo que pones en un inicio sobre un papel se acaba cumpliendo con el tiempo»
«Me gusta ver cómo todo lo que pones en un inicio sobre un papel se acaba cumpliendo con el tiempo», destaca Orfila sobre su trabajo. “Cuando comienzas siempre hay problemas de fechas, espacios, dinero y es muy duro conseguir que un proyecto funcione, ya que se debe conseguir un determinado porcentaje de empleo y número de bolos. Pero es muy gratificante ver cómo todo lo que planeaste un día sentada frente a una mesa junto con un equipo artístico, se ha podido hacer realidad”.
Como todo este tipo de profesiones que salen del círculo de los actores y la dirección, la de Maria Albadalejo tampoco se conoce cómo funciona. Ella, además de escenógrafa, es diseñadora de vestuario. Empezó estudiando diseño de moda, pero aquel camino se revuelve el día que la compañía teatral Els Pirates le propuso ir a ayudarles a Els Pastorets de Vallvidriera. “Me dedicaba más a Los Piratas que a mi carrera. Descubrí que me gustaba más el mundo del teatro que el de la moda. Así pues, hice las pruebas de acceso del Institut del Teatre para hacer escenografía y figurinismo y entré”.
Actualmente, sigue trabajando en Els Pirates, donde se encarga más del vestuario que de la escenografía, y llevar otros proyectos como freelance. Desde el Maldá le salen bastantes encargos. Durante su carrera ha realizado muchas ayudantías de ópera, proyectos grandes del Teatre Nacional, el Teatre Lliure, ha estado en Madrid y ha participado en zarzuelas con figurinistas que estaban con personas como Alejandro Andújar, Antoni Belart y Montse Amenoso.
Maria Albadalejo: «Me encanta tocar todos los materiales, hacer la selección de los tejidos, el contacto con los talleres y ver cómo se hace real»
«La parte de diseño de los personajes se hace junto con el director y después ya llega el momento de la realización que, normalmente, es paralelo a los ensayos», comenta Maria. Y es ese segundo punto del proceso de creación con el que más disfruta. «Me encanta tocar todos los materiales, hacer la selección de los tejidos, el contacto con los talleres, ver cómo se hace real y, sobre todo, observar cómo los actores dan forma lo que he creado».
Si pudiera escoger, su ideal sería diseñar y trabajar en la ópera. María siente debilidad por los personajes de época y la confección, pero, explica, no es un sector fácil. «En este país se suele trabajar con un producto de actualidad y además, a todo esto debes añadirle que los presupuestos no son muy altos».
El teatro como creación colectiva
El teatro es una pieza de creación colectiva en la que confluyen todo tipo de disciplinas. La obra es el resultado de muchas cabezas pensantes y artísticas que producen conjuntamente durante meses o incluso años. «Es una forma de arte en la que nadie puede tener la autoría estricta», explica Rius. Pero, a pesar de esta idea de teatro horizontal que parece evidente, a efectos prácticos flojea.
Maria Albadalejo: «Estamos retrocediendo en visibilidad. A nivel profesional, te sientes que estás más atrás»
“Hace un tiempo, en los carteles de los teatros estaba la voluntad de poner todos los nombres del equipo. Pero con los años, esta visibilización fue cayendo, quedando finalmente sólo los nombres y apellidos de los directores y los intérpretes”, explica Marc Salicrú. Además de los carteles, Maria Albadalejo añade las páginas webs de algunas empresas de teatro. “No aparece el equipo artístico, sólo los actores y el director. Creo que estamos retrocediendo en visibilidad. A nivel profesional, te sientes que estás más atrás”, comenta. Aun así, Maria reconoce a las compañías como espacios de trabajo que cuidan a todo el equipo, ya que existe un “trato colectivo”. “Con Els Pirates estoy muy cómodo, pero a la mínima que sales fuera, comienzas a desaparecer. Todavía está por hacer mucha pedagogía”.
La falta de reconocimiento de este tipo de trabajos lleva en algunos casos a que se prescinda de ellos con facilidad. Esto es lo que le ocurrió a Ariadna Castedo: “Mi trabajo es el primero del que se prescinde, pero es de los más trascendentales durante el día a día del espectáculo. La regidoria no se considera suficientemente necesaria hasta que se dan cuenta de que todo espectáculo con algo de volumen necesita esta figura”.
A Raimon no le sorprende ser una figura marginal, ya que no sólo «el iluminador está poco reconocido, sino también el teatro y la cultura». Su lucha comienza con el reconocimiento del diseño de iluminación como disciplina artística porque «no es considerada como tal en ningún círculo de diseño». Y ahora, que trabaja en las aulas, remarca la diferencia existente entre nuestro país e Inglaterra, Estados Unidos o Francia, donde se reconoce la iluminación como en cualquier otro oficio y donde existe una amplia bibliografía sobre el sector. «Creo que hay que poner la luz en el nivel que le corresponde, nada menos».
Marc Salicrú: «Como creadores se nos niega nuestra propia autoría en los contratos laborales»
Además de la falta de visibilidad en espacios de acceso público, como carteles o páginas web, Salicrú habla de un reconocimiento que es necesario de puertas hacia adentro: “Como creadores se nos niega nuestra propia autoría en los contratos laborales”. Mientras que un coreógrafo o un músico sí lo tienen, explica, un escenógrafo, un iluminador o un diseñador de sonido no. “Este tipo de selección viene justificada por unos baremos que supongo que se establecieron muchos años atrás. Ahora, se está intentando cambiar la ley de propiedad intelectual para que se nos integre, pero no ocurrirá porque no interesa que sea así”, explica el creador, y añade: “Por otra parte, cuanto más pidas, más aprietan contratos para negarte estos derechos. Esta reivindicación no se trata de una cuestión de ego, sino de hacer entender que el teatro es una creación colectiva”.
Bet Orfila es consciente de que estas profesiones raramente son reconocidas por la sociedad civil, pero a ella ya le parece normal que así sea. “Creo que la reivindicación no debe venir por ahí. Que no sepan que existimos ocurrir de la misma forma que cuando compramos un traje y no somos muy conscientes de todo lo que hay detrás de esta prenda. En el caso del teatro, es lo mismo. El resultado que enseñas no muestra todo el trabajo realizado antes”. Pero cuando habla de la esfera institucional, aquí la cosa cambia y lo que se les puede permitir a unos, a otros no tanto y el reconocimiento debe estar. Bet considera que se está yendo a mejor, es optimista: “Hace 15 años era como si sólo hubiera actores y actrices, pero ahora parece que la mirada se ha ampliado un poco más y que la gente ha tomado una mayor conciencia sobre la profesionalización de estos oficios”.
En la gala de los Gaudí de este año, por primera vez no se entregó el Gaudí de Honor ni a un intérprete ni a un director de cine, sino a un director de fotografía. El afortunado fue Tomàs Pladevall. “Una película es un trabajo de equipo, de mucha gente que consta en unos títulos de crédito que rara vez llega a ver al público. Afortunadamente, el crédito de director de fotografía va muy cerca del director”, reivindicó Pladevall al recoger su premio.
Tomàs Pladevall lo tenía claro: no son uno ni dos. Son muchos. Y el teatro será polifónico o no será.
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